08-08-04 (Domingo)
A tan solo una semana de la última salida del club, hemos vuelto a realizar otra actividad, en esta ocasión dentro de nuestra provincia en su límite con Asturias. Para ello nos desplazamos hasta el puerto de Vegarada, ya muy conocido por nosotros dado el amplio número de cumbres que desde él se pueden acceder y a las que en su mayoría hemos ascendido. Esta vez se trataba de una travesía desde su parte alta hasta un collado cercano y descenso por el valle hasta el pueblo de Redipuertas, a unos 5 kilómetros más abajo del mismo.
Como no tenía la furgoneta para acercarme hasta Guzmán, lugar de partida, salí para esperar al bus. Estando en ello vi que me sobraba tiempo para ir andando y no lo pensé más. En 25 minutos hice este tramo hasta dicha glorieta donde no tardaron en llegar los demás. En los coches de José Antonio y José F. nos acomodamos Guiomar, Carlos, Carmen y yo. Poco después de las 8:30 horas emprendimos el viaje hacia el puerto de Vegarada (1560 m).
El cielo alternado de nubes y claros no nos predecía el día que luego terminó haciéndonos. Tras pasar La Vecilla, llegamos a Lugueros donde nos detuvimos ya que José F. tenía que hacer unos trámites. Nos encontramos con el pueblo en fiestas y un pasacalles que sacaba a los vecinos de las casas literalmente. Tras unos diez minutos emprendimos la marcha de nuevo y no tardamos en llegar al alto del puerto parando en las inmediaciones del mesón. En principio teníamos que quedar allí y los conductores bajar a dejar uno de los coches en Redipuertas para evitar subir los 5 kilómetros de subida al final de la travesía. Ahora supimos lo que José F. había tratado en Lugueros, que no era otra cosa que acordar con un sobrino suyo la hora en que pasaría por Redipuertas para subir a por los coches a los conductores.
En el mesón tomamos un café y sobre las 10:30 horas comenzamos la ruta prevista. Por la pista subimos unos metros antes de abandonarla hacia la ladera de la izquierda. Por entre prados y algunas escobas fuimos ganando altura poco a poco hacia el Portillo de Faro, entre el pico Faro y Quemada. Unos minutos después de dejar la pista encontramos el sendero bien marcado hacia dicho punto. El paisaje iba siendo cada vez más amplio hacia nuestra izquierda y no tardamos en divisar las cumbres de la estación invernal de San Isidro, como la del pico Agujas o Toneo. Igualmente, echando la vista detrás, fueron apareciendo las cimas del pico Nogales y Jeje, a los que en principio equivoqué dado la poca perspectiva que aún teníamos.
En el ascenso encontramos algunas praderías de verdor intenso en las que pastaban tanto vacas como caballos en una bella estampa. El grupo, aunque pequeño, se fue disgregando y subíamos en grupos algo separados unos de otros. La pendiente era bastante suave ya que el sendero zigzagueaba constantemente. Delante teníamos las cimas que nos impidieron ver venir las nubes que cubrieron el cielo en escasos minutos. No tardó en ponerse a lloviznar y se mantuvo así un rato antes de cesar tan repentinamente como había comenzado.
Teníamos ya a la vista la collada a la que se accedía tras subir por un sendero que veíamos ladear la falda entre un pedrero. Carlos, José A. y Guiomar ya se habían adelantado mientras nosotros tres quedábamos algo rezagados. Lo cierto es que era una travesía corta y no teníamos prisa alguna. Al alcanzar la cima de un montículo divisamos una amplia vista hacia los valles asturianos con un contraste de colores realmente bonito. Debido a las nubes grisáceas, los picos se veían también de un colorido azulado raro. En una panorámica circular contemplamos estos valles así como las cimas del pico Jeje, Nogales, Toneo, Agujas y Torres.
No fue hasta alcanzar el collado del Portillo Faro (1969 m), a las 12:00 del mediodía, cuando vimos hacia la parte contraria todo lo que se avecinaba. La niebla cubría todas las cumbres cercanas, la del Huevo, Faro, así como las del Canales y Morala, que suponíamos teníamos enfrente. El viento era fuerte dado el encajonamiento de dicha collada. Por detrás de nosotros subían tres personas con un perro que no se detuvieron nada. De arriba bajó una pareja de montañeros a los que conocíamos de alguna salida conjunta con otros clubes.
Nuestro objetivo inicial era pasar de aquel lugar hacia la collada de la Puerta de Faro, situada entre el pico Faro y Huevo, los dos a nuestra derecha, para lo que teníamos que bordear el primero de ellos por su falda. Dado que ni siquiera veíamos dicha collada y que no tardó en echarse a llover de nuevo con fuerza, optamos por emprender el descenso directamente hacia el valle de Faro desde allí mismo.
Mientras Carlos y José Antonio se adelantaban y se iban hacia la derecha, Carmen, Guiomar, José y yo seguimos un sendero por la parte izquierda bajo el pico Quemada. Enseguida lo perdimos y nos fuimos encontrando con cauces de arroyo que bajaban hacia el fondo del valle por lo que nos metimos “a saco”. A pesar de lo escabroso del terreno, yo lo iba pasando de miedo. Me parecía mas divertido que bajar por el sendero en el que ya veíamos a Carlos mucho más alejado por la parte derecha del valle. De vez en cuando teníamos que salir de los surcos y atravesar entre escobas de no mucha altura, lo que sí hubiese supuesto mayor engorro. Por su parte, Carmen iba con algo de precaución debido a una lesión de la que aún está en rehabilitación. La lluvia caía sobre nosotros sin ánimo de cesar mientras nos deslizábamos hacia el fondo del valle. Por el mismo transcurría un sendero algo más marcado en el que poco después vimos a Carlos mientras que a José A. le divisamos en la ladera contraria. De esa forma tan aventurera llegamos abajo donde cogimos dicha senda con dirección a una caseta que habíamos observado desde la parte alta y donde habíamos decidido parar a comer.
Por el sendero salimos a unos prados en la confluencia de otro ramal del valle en la cual encontramos una bonita cascada que fotografiamos. En esos momentos no llovía, aunque se mantenía el aspecto gris del día. Tras pasar un arroyo que bajaba del ramal de la derecha, entramos en un camino algo más ancho que se dirigía hacia la caseta llegando sobre las 15:30 horas a la misma.
Por debajo de ella nos dijo José Antonio que había otra bonita cascada, por lo que antes de ponerme a comer decidí acercarme a verla. Primeramente bajamos por la parte de la caseta unos metros hasta divisarla. Nos dimos cuenta de que tenía que observarse mejor desde la parte contraria, así que subimos de nuevo para descender por un sendero hasta el río y pasar por encima de ella a dicho lugar. Desde allí sí se contemplaba toda ella completamente.
El refugio, de unos 10 metros cuadrados, disponía de varias sillas, una mesa, útiles de cocina y una chimenea que ya habían prendido y a la que nos acercamos para secarnos un poco mientras comíamos. En él sacamos unas fotos antes de ponernos en marcha. Justo en ese momento, y como si fuese adrede, comenzó a llover de nuevo.
Eran las cuatro cuando salimos a recorrer el último tramo hasta el pueblo. En el camino vimos varios sapos pequeñitos que salían a la humedad. Llovía con todas las ganas y ya no nos molestábamos ni en apresurar el paso. Lo poco que nos habíamos secado en el refugio no nos sirvió de nada.
En unos 45 minutos escasos llegamos a Redipuertas, (1307 m). A la entrada, al otro lado del arroyo, se encuentra la iglesia a la que nos acercamos algunos. Desde ella se tiene una vista amplia del pueblo que la lluvia nos impidió disfrutar. Ya en el pueblo, y como aún nos quedaba media hora larga para que fuesen a recoger a los conductores para subirles a por los coches, nos refugiamos bajo el alero de una casa.
De la misma salió una mujer que nos invitó a pasar y tomar un café. Dado el estado en el que estábamos, todo empapados, declinamos el ofrecimiento agradeciéndoselo de veras. Tanto insistió, que terminamos por acceder y en la cocina nos sirvió unos cafés e infusiones con algunas pastas incluso. Realmente hay que destacar la cordialidad y generosidad de dicha gente de forma encarecida.
A la hora convenida llegó el sobrino de José y acercó a éste y a José Antonio a por los coches al puerto. Tras su regreso agradecimos de todo corazón el detalle de aquella familia con nosotros y nos despedimos de ellos. Seguía lloviendo copiosamente cuando montamos en los coches. Para colmo, a J. Antonio se le habían caído las llaves en el maletero y nos mojamos aún más buscándolas.
El viaje lo hicimos sin detenciones ya que los del coche de José, que venía delante, nos avisaron por teléfono que ya no paraban. Así que, con la lluvia como acompañante durante casi todo el camino, llegamos a León. Por la ronda Este bordeamos la ciudad y me trajo hasta la misma puerta. Eran las 19:00 horas aproximadamente.
Para disgusto mío, el día no iba a terminar tan bien como esperaba. Tras llegar a casa y comenzar a quitarme la ropa mojada que no nos habíamos podido cambiar, eché en falta el podómetro. Después de mirar entre la ropa, sobre todo en el pantalón donde lo llevaba prendido, mochila, bolsas, etc., llegué a la conclusión de que se me había perdido. La última vez que me acordaba de haberlo mirado fue poco después de comenzar a bajar desde la collada, así que me imagino que fue entre toda la maleza y escobas donde se me soltó. Llamé incluso a José Antonio a ver si se había soltado en el coche, pero con resultado negativo. Lo siento porque me ha durado un suspiro, desde la salida al Gorbea cuando lo compré en Burgos hace mes y medio solamente.
Así que, con este final tan pesaroso, termino el relato de esta salida, que solo por el calendario y no por la climatología, puede decirse que fue estival.
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