lunes, 29 de noviembre de 2004

LA MIEZCA Y EL FONTAÑÁN (Olleros de Alba) 28-11-04

 


1ª ASCENSIÓN A LAS PEÑAS “MIEZCA” Y “FONTAÑÁN”.

28-11-04           (Domingo)

La penúltima salida del club de este año ha sido una sencilla ascensión a unas cumbres de las más cercanas a la ciudad. Situadas a escasos 40 kilómetros, entre las localidades de La Robla y La Magdalena, y más concretamente en Olleros de Alba, de la cual partimos.
A éste pueblo llegamos en los coches de José Luis y Roberto los otros cuatro participantes: Guiomar, Luis, Juan y yo. El día nublado parecía que podía mantenerse sin lluvia, cosa que no pudo ser aunque tampoco fue mucho el trastorno que nos hizo. En una zona apropiada cercana a una cerrada curva de la carretera que atraviesa el pueblo aparcamos los coches. Mientras el resto se calzaba y demás, yo me acerqué a sacar una foto de la bonita iglesia de dicha localidad.
Ya en plan comenzamos a caminar por una pista señalizada con las indicaciones de la agrupación “Cuatro Valles”. Según la misma, la ruta tenía 11 kilómetros, ida y vuelta, y se estimaba un tiempo de 5 horas para realizarla. Eran entonces las 10:00 horas.
A nuestro lado derecho bajaba en arroyo San Mazán, que recoge las aguas de todo aquel cerrado valle. Numerosos chopos ya muy pelados custodiaban las márgenes del camino y del cauce. La pista subía suavemente y la marcha se llevaba cómodamente. Tras aproximadamente un kilómetro recorrido nos encontramos con una cascada de agua, El Salto, que a pesar de ser pequeña, estaba enclavada en un bello rincón del arroyo. Justo por encima de ella vimos un merendero con varias mesas y bancos de piedra junto a una parrilla.
Poco apoco se va estrechando el valle según nos acercamos a la hoz. Por los laterales vemos numerosas vaguadas con canchales de piedras que caen desde las cimas cercanas. En uno de los puntos del trayecto se observa como la mano del hombre ha abierto una “puerta” en la misma roca que atraviesa perpendicularmente el camino. A uno de los laterales de dicho paso nos encaramamos José L. y yo y nos sacan una foto.
Realmente es un paisaje bonito del que vamos disfrutando plenamente. Hay lugares que podemos encontrar, salvando las distancias, una similitud con las paredes del Gran Cañón del Colorado. Tras pasar por una zona amplia dentro de dicho desfiladero, se vuelven a cerrar las paredes en torna de nosotros y vemos por los estratos y lo quebrado de la roca la antigüedad de dichas formaciones. De nuevo José y yo volvemos a hacer “el cabra” y subimos por un lateral hasta una pequeña terraza.
El camino ha pasado sin darnos cuenta a la margen contraria del arroyo y por él vamos dejando atrás las hoces para salir al valle algo más abierto. Echando la vista atrás vemos el atractivo paisaje de las rocas verticales de irregulares puntas hacia el cielo. Al lado del camino nos encontramos con una fuente propicia para quitar un poco la sequedad de la boca, que por otro lado tampoco es muy necesario debido al tiempo que tenemos.
Tras dejar atrás el paisaje rocoso en el que habíamos visto alguna encina que otra, los robles y matorrales bajos se hacen dueños ahora del valle. En unas rocas algo salientes del suelo encontramos una pequeña cueva en la que entramos Luis y yo. Era reducida, pero se veía como continuaba por un estrecho paso a través del cual escuchamos el sonido de algún acuífero subterráneo. Por encima de la entrada había otro hueco al que se encaramó José Luis. Pues bien, de pronto vimos como algunas rocas del techo y bastante tierra caía sobre nosotros dos. Después de este pequeño susto tuve que quitarme toda la ropa de la parte de arriba para sacudirme la tierra que me había entrado entre ella.
El grupo se dividió poco después. Mientras Guiomar y Roberto ya se habían adelantado antes, José Luis comenzó a trepar a su aire por la parte izquierda. La pista, que había comenzado a empinarse, llegaba al final del valle y giraba a la derecha por una vaguada lateral. Mientras Juan seguía este camino, Luis y yo decidimos abandonarlo y atajar por la roca, más que nada por hacer algo de montaña en sí. De esa forma subimos varios metros por la ladera hasta entrar de nuevo en ella algo más arriba.
La vista era cada vez más amplia y no tardamos en divisar las cimas del Fontañán. En principio me parecía que no podían ser, según la situación del mapa, pero la lógica me decía que tenían que serlo. Al poco rato vimos a José Luis, Guiomar y a Luis subir por la ladera de otra cumbre a nuestra izquierda, justo a la parte contraria del otro pico. No tardamos en salir de dudas al encontrarnos con unos cazadores que nos confirmaron que el Fontañán era el más alejado. Por tanto, al que estaban ascendiendo ellos era el alto de La Miezca.
Aquí me entró la duda de subir o seguir el camino que iba hacia el Fontañán. Animado por Luis y Juan me decidí a lo primero al ver que era corta, aunque pronunciada, la pendiente hasta la cima. A las 12:10 horas alcanzamos nosotros la cumbre de esta peña con 1642 metros de altitud.
En ella había un monolito de rocas entre las cuales encontramos un bote con tarjetas de cumbres. La panorámica era realmente amplia a pesar de lo oscuro del día. Echando una vista circular pudimos ver cimas como la del Ortigal y Tres Marías, en el Valle de Arbás. Brañacaballo, Fontún, Correcillas y Valdorria por otro lado. Algo más alejados, Peña Corada y incluso el piramidal Espigüete palentino.
En el fondo del valle contemplábamos claramente los Barrios de Gordón y La Pola de Gordón así como la pista por la que habíamos bajado a ésta en el Encuentro de Montañeros de este año. Tras unos 15 minutos allí arriba, y después de dejar nuestra tarjeta de cumbres y sacar una foto, emprendimos la marcha hacia el Fontañán. Guiomar y Roberto ya se habían ido mucho antes, casi al llegar nosotros, y ya se les veía por la cimera del macizo. Nosotros bajamos por la parte contraria a coger también esta línea de cumbres sin llegar al camino que traíamos.
Descendimos el fuerte repecho de la cima hasta el collado siguiendo un marcado sendero que pasaba al lado de una alta antena. Entre matorral bajo subimos y bajamos suavemente a lo largo de aproximadamente kilómetro y medio antes de comenzar el último tramo de subida al Fontañán. A esta llegamos nosotros a las 13:05 horas. Según mi podómetro llevábamos 7,400 Km.
En esta cumbre hay una cruz con un buzón en el que encontramos de nuevo alguna tarjeta así como una libreta de relatos de montañeros que habían subido anteriormente. En torno a la misma nos sacamos unas fotos y dejamos otra tarjeta de cumbres nuestra. Desde dicha cumbre, además de lo ya contemplado, divisamos el pueblo de La Robla con su central térmica de la que emanaban dos columnas de vapor por sus enormes chimeneas de refrigeración.
Esta cumbre del Fontañán es doble, haciendo una pequeña vaguada entre las dos puntas. En ambas se pueden ver aún varias trincheras de cemento con sus miradores de la época de la Guerra Civil Española. Casi una hora estuvimos allí viendo aquellos restos y sacando algunas fotos en ellos. Por cierto, para sacar una foto de todos en una de las trincheras tuve que hacer no sé cuantos números, ya que quedaba la cámara mucho más baja que nosotros y tenía que correr para salir yo en ella. Al final lo conseguimos. Por otro lado, pude comprobar la efectividad del cordino que asegura el podómetro, ya que al andar por entre las rocas se me había salido de la cintura del pantalón y había quedado colgando de éste. De no ser por él ya hubiese perdido el segundo.
Roberto, que ya conocía la zona, nos guió ladera abajo hacia la parte sur donde pudimos disfrutar con la vista de unos cortados impresionantes hacia la parte de la carretera de La Pola de Gordón. Además teníamos debajo abundante bosque que contrastaba con las verticales paredes. Por su parte, José Luis no pudo por menos de hacer un poco de las suyas escalando algunos peñascos.
Poco a poco habíamos visto como se nublaba cada vez más y ahora se echaba a llover. Al abrigo de unas peñas, y cuando eran las tres de la tarde, paramos a comer durante una media hora. Al cabo de la misma emprendimos el regreso. Por la ladera retrocedimos hacia el pico pero sin ganar altura. De esa forma alcanzamos un collado por el que pasaba un camino que cogimos de bajada. Éste nos introdujo por el medio de un pequeño bosque de robles otoñales hasta llegar a otra collada cercana bajo el alto Cazer.
Bordeando esta cumbre tuvimos otra vista diferenta a las anteriores. Ahora contemplábamos tras las laderas cercanas, la cumbre de Los Llamargones, situado al final de los vecinos Calderones del Diablo, en Piedrasecha. Igualmente todo el cordal del Fontañan, desde La Miezca hasta la cumbre del mismo.
Poco a poco fuimos descendiendo por la parte alta de las hoces que antes habíamos atravesado. Estas nos quedaban ahora a nuestra derecha. Yo me había quedado un poco rezagado y vi como bajaban por una canal hacia dichas hoces. Al que no veía era a Roberto, al que no tardé en divisar por otra senda superior. Según él, bajaba más directamente a los coches. Mientras que Guiomar y Juan le siguieron, José Luis, Luis y yo optamos por no subir ya y continuamos el descenso por aquella canal. Esta nos llevó a dar justamente a la altura de la pequeña cascada en el desfiladero, algo por debajo del merendero. Eran las 16:10 cuando entramos en el camino de las hoces. No restaba más que recorrer el último kilómetro por aquella pista antes de salir a la carretera donde teníamos los coches aparcados. A las 16:20 horas terminamos la marcha en Olleros de Alba. Según el podómetro mío habíamos caminado 13,600 Km.
Por una pista cercana vimos aparecer enseguida a los tres compañeros que faltaban. Aún con algo de lluvia cayendo nos cambiamos y enseguida nos pusimos en marcha. De regreso ocurrió una curiosa anécdota que relataré.
Salimos Guiomar y yo en el coche de José Luis delante quedando detrás Roberto con Luis y Juan. Pues bien, habíamos quedado en parar en un bar de Camposagrado y nosotros llegamos al cruce con la carretera que continua hacia La Magdalena girando hacia León. Ya cerca de Camposagrado dejamos detrás a un coche que se metía hacia un mesón que hay antes del pueblo.
Al llegar a la ermita paramos y esperamos a que llegasen ellos. Al poco recibimos la llamada de Luis preguntando por nuestro paradero y se lo dijimos. Nos indica entonces que continuemos ya hacia Lorenzana para reunirnos allí, lo que hacemos al llegar a éste. Lo sucedido fue lo siguiente. Ellos habían cogido un atajo y nos habían adelantado antes de salir nosotros a la carretera general. El coche que se metía hacia el mesón era el de ellos, pero como nosotros íbamos creyendo que estaban por detrás, no prestamos atención alguna. Al vernos pasar salieron tras de nosotros pero no nos vieron al meternos hacia la ermita. De ahí todo este embrollo que no pasó de una divertida anécdota.
En Lorenzana estuvimos tomando unos vasos e hicimos las cuentas de la salida antes de continuar el viaje hacia la ciudad. Tras dejar a Guiomar en casa fui con José Luis hasta la suya donde le esperé a que se cambiase y de camino hacia donde se dirigía luego me dejó en casa a mí. Eran las 18:00 horas más o menos.
De este modo finalizamos una de las últimas excursiones del año. En principio, y si no hay cambios, terminaremos el mismo el día 12 de diciembre con la colocación del Belén de Cumbres en el Bodón de Carmenes y la cena de Navidad el día 18.



























lunes, 15 de noviembre de 2004

DESFILADERO DE LOS ARRUDOS (Caleao - Asturias) 14-11-04

 


1ª TRAVESÍA “CALEAO-DESFILADERO DE LOS ARRUDOS-

COLLADO DE LOS ARRUDOS-CALEAO”. (Asturias).

14-11-04       (Domingo)

Ya casi finalizando el año volvimos a salir de nuestra provincia para irnos a la cercana Asturias a recorrer un bonito desfiladero situado en la zona del puerto de Tarna, donde hace poco más de dos meses visitamos la cascada del Tabayón. Esta vez la ruta partía de la parte más baja del puerto, en Caleao, prácticamente en la mitad entre el puerto de San Isidro y Tarna. Dentro de las variantes de dicha ruta, escogimos una de ida y vuelta algo más corta que la circular que dado la época en la que estamos ya, podía resultar un poco ajustada de tiempo. Al final como se verá hubo dos variantes al dividirse el grupo, como por costumbre suele suceder cuando cada uno hace lo que le viene en gana. Pero bueno, a continuación relato la experiencia propia, que por otro lado era la programada inicialmente.
A las 8:00 horas nos reunimos en Guzmán los 9 componentes de esta salida: Luis, Merce, José Luis, José Antonio, Marta, Ricardo, Juan Carlos, un amigo de éste cuyo nombre no recuerdo ahora, y yo. En los coches de Luis, Ricardo y de este nuevo acompañante emprendimos el viaje hacia el comienzo de la ruta. El cielo estaba despejado por completo aquí en León, aunque hacia la montaña se veía un poco peor. Por la nacional llegamos a Puente Villarente donde giramos. Ya en el pantano del Porma nos detuvimos a sacar una bonita foto del Susarón con su cumbre algo nevada.
Si más continuamos hacia Puebla de Lillo conde Luis tenía pensado llenar el depósito de gasolina ya que iba con la reserva encendida. Para colmo vemos que la gasolinera de dicho pueblo estaba cerrada a pesar del horario que en ella se leía. Con un poco de mosqueo nos pusimos de nuevo en marcha hacia el puerto de Las Señales. Poco a poco la carretera se blanqueaba por la nieve y el hielo, lo que hizo extremar la precaución. Pasado este collado se desciende un poco hasta el puerto de Tarna, límite provincial desde donde se desciende más bruscamente.
En la carretera nos encontramos con algunas placas de hielo provocadas por el agua del deshielo. Pues bien, a pesar de la precaución, a Luis se le fue el coche en una de ellas y fuimos a dar contra un montón de nieve al lado de la carretera. Tan solo se le despegó una goma de la parte baja de la defensa delantera sin mayores consecuencias. Continuando el descenso fue desapareciendo el hielo y solo nos quedaba la preocupación de la gasolina.
Así alcanzamos el desvío hacia Caleao y por una estrecha carretera de 6 kilómetros llegamos a dicho pueblo. Eran las 10:30 horas. En un bar estuvimos tomando un café y luego nos acercamos hasta un aparcamiento situado a unos 200 metros por una pista que parte a la entrada del pueblo. Luis subió el coche hasta allí mientras los otros dos lo dejaban en el pueblo. El cielo se había ido cubriendo y en esos momentos incluso llovía ligeramente. Nos preparamos para la ruta y ya eran las 11:00 horas cuando comenzamos a caminar.
Por una pista de cemento nos dirigimos hacia un estrecho valle por el que transcurre el Arroyo de los Arrudos. Tras unos metros de subida, se cambió la pendiente y descendimos un trecho entre verdes prados. Durante un instante en el que se abrieron algunos claros pudimos ver el bonito pueblo soleado enclavado en la ladera. Algo más adelante nos encontramos con el primero de los varios puentes que atravesamos durante la ruta. Por él pasamos a la margen izquierda del río, o sea, dejamos éste a la derecha de nosotros. La pendiente es suave y se lleva bien la marcha. Además, va dejando de llover aunque continua nublado.
A escasos metros del primer puente se encuentra el segundo, por el que volvemos a cambiar de margen. Cerca de él vemos una bonita casa y otra a la parte contraria del camino. El verdor del paisaje se une a la abundancia de arboleda que abriga al arroyo, en el cual ya comenzamos a divisar algunas cascadas de gran belleza. De nuevo atravesamos otra pasarela de madera.
En los prados se ven algunas edificaciones más cerca de las cuales pastaban algunos bonitos caballos. El valle se va estrechando a la vez que ganamos altura suavemente. A veces el arroyo lo tenemos a escasos metros de nosotros mientras que enseguida se aleja serpenteante del camino. De pronto nos encontramos de frente con un gran rebaño de vacas que baja tapando todo el ancho del camino. Nos hacemos a un lado para dejarlas paso y evitar que nos lleven por delante. Algunos se meten en un prado para ir avanzando mientras otros esperamos un rato a que pasen.
Más adelante vemos a nuestra izquierda un gran chorro de agua que fluye desde un hueco en la roca misma. Ricardo se acerca hasta su salida pocos metros por encima del camino. Una tubería bajo el camino sirve de rebosadero hacia el río.
De esa forma llegamos a lo que es el comienzo en sí la parte estrecha del desfiladero, que a pesar de ser corta, es bastante bonita. Un cartel nos lo indica. Atravesamos un nuevo puente de madera para continuar ascendiendo por un tramo de pista entre la pared y una balaustrada de madera que evita la caída directa al río. En éste continuamos disfrutando de los numerosos saltos de agua formados por el deshielo de la primera nevada de la temporada. La arboleda multicolor cubre por completo otros tramos del camino cubierto por infinidad de hojas.
Fuera ya de él, no tardamos en divisar otra pasarela de madera, esta vez más elevada sobre el cauce y sujeta por dos estructuras metálicas. En una de las fotos del folleto que llevamos de guía viene dicho puente, llamado Calabazosa, así como algunos rincones más de la travesía que poco a poco vamos localizando. Tras atravesar dicho paso elevado la pista se convierte en una empinada escalera de piedra que rápidamente gana altura sobre el río.
En poco más de cinco minutos alcanzamos el sexto y último de los puentes que atravesamos. El rincón en el que se enclava es uno de los más bonitos de la ruta, para mi parecer. El conjunto de éste, con la barandilla de madera del sendero, los verdes helechos y un solitario árbol que sale de la misma roca forman este singular rincón sobre el cauce.
El grupo ya se había dividido quedando por detrás Marta, Merce, Luis y yo. Poco más adelante iba José Antonio al que avisé del desvío que había que tomar antes de cruzar el siguiente puente. Como iba avanzado, esperaba que se lo dijese al resto que iba aún más aventajados.
El sendero en aquel tramo era bastante empinado y el desnivel hacia el río considerable. De nuevo, esta vez en un tramo de escalones, nos encontramos con otro rebaño de vacas que bajaba. Apartándonos de su camino vimos como descendían hábilmente por los escalones de piedra. Algo más de cinco minutos estuvimos detenidos hasta que pasaron todas. Aproveché esta parada para sacar varias fotos de la cima nevada del pico Peñas Roscas, que tenía un bello contraste con un claro de cielo azul que en ese momento tenía detrás. Hacia la parte alta del valle por el que caminábamos pudimos ver la cima del pico Torres y del Valmartín, situadas en la zona del puerto de San Isidro.
A las 13:15 horas llegamos a la pradería del Colladín, situada en la confluencia del valle del río Arrudos y del arroyo de la Robre. Sobre éste último cruzaba el puente que no teníamos que atravesar a pesar de que las marcas de la ruta lo indicasen. Allí no vimos a nadie ni sabíamos por donde habían continuado, por lo que nos surgió el dilema de por donde continuar. Al final me decidí a seguir lo programado y olvidarme del resto que habían hecho lo que les había dado la gana. De esa forma, acompañado por Luis, Marta y Merce, abandonamos el sendero principal y nos metimos por la vaguada de la derecha hacia la collada de los Arrudos, objetivo principal de la ruta.
El sendero era más estrecho que el anterior y peor conservado. A pesar de ello continuamos disfrutando de hermosos rincones cercanos al cauce del arroyo, serpenteante éste entre la arboleda ya casi deshojada que había formado un bonito manto de hojarasca en el suelo. A la parte contraria del mismo se elevaba una puntiaguda roca de paredes verticales.
El sendero fue ascendiendo por la margen izquierda del arroyo, visto desde su nacimiento. A los lados contemplamos numerosos acebos, algunos de ellos con abundantes frutos rojos. Poco a poco fuimos ganando altura sobre el cauce y empezamos a pisar la primera nieve de la temporada. El paisaje se iba haciendo invernal, ya que los pocos claros que habíamos visto habían desaparecido y el cielo se cubría cada vez más de negros nubarrones. La niebla además parecía bajar en busca de nosotros, lo que nos haría desistir de continuar, ya que el tiempo que teníamos antes de que comenzase a oscurecer era ajustado.
En la parte alta comenzamos a ver parte de la collada hacia la que nos dirigíamos. El sendero se mantenía bien marcado, lo que nos daba completa seguridad. Además se veían numerosas huellas en la nieve, que supusimos podían ser de un grupo de León que sabíamos que iba a hacer una ruta por la zona.
Así fuimos ganando altura hasta llegar muy cerca de la collada. Lo cierto es que ya íbamos un poco cansados, eran casi las tres de la tarde y había ganas de comer. Las chicas decidieron quedar allí mismo comiendo mientras que Luis y yo optamos por continuar hasta la collada. Siguiendo el sendero llegamos al cruce con el arroyo. Aquí vimos como unas huellas subían entre las escobas mientras que otras continuaban por la ladera contraria de la que veníamos. Suponiendo que iban buscando un lugar mas apropiado para subir, las seguimos. No tardamos en ver que bajaban demasiado y además se veían muy pocas. Por ello retrocedimos hasta el arroyo y continuamos por donde subían las otras, entre los matorrales. A estos se unía la nieve, por lo que nos costaba avanzar hacia arriba.
Los últimos metros me costó mucho recorrerlos. Por fin, a las tres de la tarde alcanzamos la cima del collado o puerto de Los Arrudos con 1373 metros de altitud. Habíamos subido casi 700 metros desde Caleao y recorrido 10 kilómetros según mi podómetro. La vista desde él apenas si merecía la pena. Las nieblas lo cubrían todo y tan solo se veía parte de un valle de la zona contraria. Incluso vimos como se escapaban algunos copos de nieve. Por el medio de la collada pasaba una alambrada con una cancilla de paso. A nuestra derecha, tapado por la niebla, se alzaba la peña de la Tabierna, y a la izquierda otro collado más alto con el mismo nombre de la peña. De frente vimos una caseta cerca de otro paso situado a unos 400 metros.
No tardamos en comenzar el descenso en busca de las compañeras. Todas las cumbres que antes habíamos visto desde abajo permanecían ahora completamente tapadas por la niebla. En vez de seguir el mismo sendero, cogimos otro que bajaba más directamente. Un poco a voces les pedimos que nos indicasen donde estaban paradas.
Ya juntos decidimos continuar hacia abajo antes de parar a comer Luis y yo. Por el mismo sendero desandamos el camino de ascenso cruzando numerosos regueros. Así dejamos atrás la zona nevada y nos internamos de nuevo en la zona de bosque y matorral. Realmente es indescriptible lo bello que se encontraba el bosque en esos momentos. El verde de la hierba entre la hoja rojiza formaba un tapiz en el suelo casi de postal.
De esa forma llegamos al cruce con el arroyo de Los Arrudos donde decidimos detenernos a comer. Eran las 16:00 horas. En unas rocas de la pradería del Colladín nos acomodamos para comer Luis y yo. Por cierto que yo ya tenía bastante hambre en esos momentos. Allí estuvimos una media hora y antes de reiniciar el regreso sacamos una foto con nuestro banderín.
Del retorno no me extenderé en el relato ya que vimos lo mismo que antes. Volvimos a atravesar los mismos puentes. En las zonas de piedras había que tener un poco de precaución para no resbalar. En una zona que pudimos acercarnos al río nos lavamos las botas, que venían de barro hasta no poder más. Allí estuvimos sacando unas fotos del río con las cámaras digitales haciendo que el agua quedase difuminada. Al llegar a la altura del chorro de agua que salía de las rocas subí yo esta vez para verlo. Pasamos el desfiladero, las praderías etc. mientras poco a poco iba oscureciendo el día.
Así, a las seis de la tarde, llegamos al final de la ruta en el aparcamiento donde habíamos comenzado. Aquí estaban José Luis y Ricardo esperando. El resto ya se había marchado. Como ya me esperaba, no faltaron las críticas nada más llegar. Por supuesto, y de buenas maneras, les repliqué con la lógica aplastante de lo que cada uno había hecho y lo que estaba programado. Supimos que habían seguido valle arriba hasta donde les pareció y comieron. Por su parte, José Luis se había desviado por el mismo valle que nosotros hasta la collada y había vuelto por la parte del mismo que Luis y yo habíamos seguido unos metros antes de retroceder hacia dicha collada. Incluso dijo habernos oído en algunos momentos.
Pues bien, sin más dilaciones, y tras cambiarnos un poco la ropa húmeda, emprendimos el regreso en los dos coches sobre las 18:30 horas. Esta vez, en lugar de hacerlo por Tarna, optamos por volver por Pajares. En la primera gasolinera que encontramos a pocos kilómetros llenó Luis el depósito respirando de tranquilidad por fin. En Pola de Laviana nos desviamos hacia Cabañaquinta al que llegamos tras pasar el puerto de La Colladona. Desde allí continuamos con dirección a la autovía Mieres-Oviedo accediendo a ella en el punto intermedio de Mieres y Pola de Lena. Ya en Campomanes la abandonamos para subir el puerto de Pajares en cuya cima encontramos algo de niebla. En tierras leonesas continuamos por la nacional sin novedades hasta entrar en León pasadas las nueve de la noche.
Y así fue el final de una nueva excursión del club de montaña “Cumbres de León”. Al margen del desconcierto reinante por parte de algunos participantes, me limitaré a calificar de reconfortante y positiva la experiencia vivida durante la jornada transcurrida.