lunes, 25 de octubre de 2004

PORTILLA DE LUNA - SAGÜERA - PORTILLA 24-10-04

 


1ª TRAVESÍA “PORTILLA DE LUNA-SAGÜERA-PORTILLA”.

24-10-04      (Domingo)

Otro domingo más nos hemos echado la mochila al hombro para disfrutar del bello entorno montañés. En esta ocasión, siguiendo nuestro calendario, nos hemos acercado hasta la comarca de Luna, concretamente a Portilla de Luna, donde comenzaba esta bonita ruta circular que atravesaba también el pueblo de Sagüera junto con varios valles del contorno.
El tiempo no nos quiso acompañar como debiera, pero no nos impidió disfrutar de parte del paisaje, sobre todo del boscoso, que en esta época se encuentra en todo su esplendor de color. A pesar de ello, la travesía resultó bastante agradable y amena para los tan solo cuatro participantes animados a ello: Guiomar, Luis, Juan y yo.
En el bus me acerqué hasta Guzmán donde nos juntamos los componentes de esta salida. De allí partimos a las 9:00 horas en el coche de Luis por la carretera de Caboalles. La lluvia nos acompañaba junto con la niebla que se cerró al llegar al alto de Camposagrado. El panorama era desolador para la ruta, pero íbamos bastante animados ya que se suponía que estaba bien señalizada. Lo que nos daba un poco de “miedo” era su largo recorrido, 17 kilómetros, y las tres largas pendientes de la misma. Apuntaré ya aquí que durante toda la travesía llovió cuatro ratos y débilmente y que la niebla nos dejó ver algo de paisaje desde algunas partes altas y los bosques de los valles.
Tras pasar La Magdalena llegamos al desvío de Portilla (1200 m), que al estar situado justo detrás de una cerrada curva, nos lo pasamos unos metros. Tras otros tres kilómetros escasos llegamos a dicha localidad. Cerca de la iglesia aparcamos el coche y aprovechamos el pórtico de la misma para prepararnos para la ruta. Allí mismo sacamos una foto de todos con nuestro banderín.
A las diez y media aproximadamente emprendimos la marcha atravesando el pueblo hacia la parte contraria. Un cartel indicador de “Cuatro Valles” informaba de la ruta. El mismo mapa e indicaciones lo llevábamos nosotros para guiarnos. Según el mismo, la ruta tenía un recorrido de 17 kilómetros y en su perfil se veían las tres subidas que antes ya comenté. Yo estrenaba otro podómetro que había comprado tras la pérdida del primero en la salida a Vegarada tras solo tres veces de uso, y estas indicaciones me servían para contrastar las medidas.
La primera comenzaba al salir del pueblo y nos llevaba hacia el collado Sagüera, a un kilómetro del comienzo. Un joven tuvo que coger a un cachorro de perro que no dejaba de seguirnos. La niebla cerrada nos impedía ver paisaje alguno. Incluso a pocos metros del pueblo dejamos de divisarlo. La pendiente era bastante fuerte en este tramo y en frío se llevaba peor. La temperatura era agradable y comenzó a sobrar la ropa. Yo llevaba el poncho puesto y la cazadora en la mochila. En media hora alcanzamos el collado, (1333 m), y empezamos a bajar el otro kilómetro hacia Sagüera. Todo la ruta, hasta que entramos en el bosque en la última bajada, transcurre por pista señalizada con estacas de madera y el anagrama de la agrupación “Cuatro Valles”, encargada de señalizar muchas de las travesías por la zona.
En diez minutos entramos en Sagüera de Luna, (1250 m), encontrándonos la iglesia del Corpus Christi como primer edificio. Las calles desiertas sin arreglar estaban encharcadas de agua y barro. Atravesamos dicho pueblo y durante otro tramo el camino seguía descendiendo. Como llevaba el poncho puesto y no transpira, tuve que quitarme la sudadera para no sudar todavía más.
Poco a poco fue cambiando la pendiente y comenzamos a subir por el valle de Villerma. Este se dividió en dos siguiendo nosotros por el brazo derecho. Entre la niebla se veía el verdor de los prados. La vaguada se estrechaba en algunos tramos con peñascos a sus lados. La pista comenzó entonces a zigzaguear hacia el collado La Forcada impidiéndonos la niebla ver paisaje alguno en este tramo. Los fuertes repechos se alternaban con otros de más suavidad. El bosque nos rodeaba a veces en aquella larga ascensión de cuatro kilómetros hasta la parte alta.
Así alcanzamos por fin este collado de La Forcada con 1519 metros de altitud. Eran las 12:15 horas y llevábamos unos 6 kilómetros. En él sacamos otra foto del grupo con el banderín como insignia. Incluso la niebla impedía que esta saliese clara. A partir de allí se comenzaba a descender hacia el valle de Borbusende, ya en el término de Mirantes de Luna. La pendiente de bajada era también pronunciada y de unos 2 kilómetros de longitud casi en línea recta.
Al llegar a la parte baja empalmaba la pista con otra que atravesaba todo el valle de arriba a abajo. En su confluencia había un pequeño refugio abierto con una chimenea dentro pero con numerosa suciedad, excrementos de animales, (irracionales y racionales.) La altitud allí era de 1300 metros, prácticamente la misma que la del primer collado. Eran las 12:45 horas.
Por la pista continuamos ahora hacia el último y más alto de los collados, el de Tijero, de 1633 metros. El valle aquel por el que transcurre el arroyo de la Ensancha está rodeado de bosques que en pleno otoño se encuentran con un colorido difícilmente explicable. Árboles y arbustos con hojas y frutos de vivos colores se mezclaban en un paisaje solo mejorable con un sol radiante que nos faltaba ese día. Al lado del camino había un manzano silvestre con pequeñas manzanas muy amargas que aún así probamos. Echando la vista hacia atrás en un momento en que quedé rezagado, vi como se abría la niebla en el valle pudiéndose contemplar por su abertura las cimas lejanas. Para poder fotografiarlo tuve que hacer algunos números y buscar un sitio por el que subir el empinado y resbaladizo terraplén cercano al camino. Luego además estaban los matorrales cerrados que se enganchaban en el poncho con peligro de rasgarle.
Ya bastante arriba comenzó a serpentear de nuevo la pista. En el arroyo contemplamos pequeños rincones en el río de gran belleza visual. Para ver mejor unas cascadas que creí merecían la pena fotografiar, me metí entre la maleza saltando por las piedras resbaladizas y entre zarzales hasta que comprobé que no eran tanto como parecían desde arriba. Me costó también salir de aquel laberinto.
Al final del valle el camino dio un brusco giro hacia la derecha bordeando la sierra de Golla que divide un valle de otro. Viendo el perfil de la ruta suponíamos que ya quedaba poco para alcanzar la cima del collado Tijero donde teníamos pensado parar a comer. Tras subir un fuerte repecho vimos un cartel totalmente desentonante. En él se avisaba por parte de una sociedad de caza de la prohibición de paso al coto de caza situado en el valle del que veníamos, algo como digo totalmente fuera de lugar cuando transcurre una ruta de senderismo señalizada por aquel. O ellos o la agrupación “Cuatro Valles” se han equivocado al señalizar aquella zona.
Dejando esto atrás y creyendo que estábamos en el collado, nos acomodamos para comer en una piedras. Delante teníamos otro amplio valle al fondo del cual, en un momento en el que despejó un poco la niebla, pudimos ver una cola del pantano de Luna y las columnas del puente colgante de la autopista.
Sabíamos que la última bajada se hacía por bosque, y como allí veíamos uno, creímos que era aquel valle el que bajaba a Portilla. Luego cuando abrió la niebla, echando la vista hacia donde se dirigía la pista, vimos que ésta bajaba unos metros antes de seguir subiendo por la ladera del valle, lo cual no entraba en los planes. A las 15:30 horas, tras estar media hora allí parados, emprendimos la marcha de nuevo. Efectivamente, bajamos unos metros y comenzamos a subir por una pendiente aún más pronunciada que las anteriores. Mirando el perfil, cuadraba con éste a la perfección, y habíamos equivocado otro de los repechos con éste último.
El camino transcurría ahora por la parte alta de una loma donde el viento soplaba fuertemente haciendo jirones en la niebla. Como me suele pasar si como antes de subir, apenas podía con mi alma. Tranquilamente fuimos ganando altura hasta alcanzar por fin dicho collado Tijero, (1663 m) a las 15:55 horas. Un flecha-indicador nos informaba de la distancia restante: 2,5 Km y el tiempo: 45 minutos. Allí se dividía la pista en tres ramales, el que traíamos, el de bajada y otro que seguía por la parte alta de la loma y por el que llegó un todo-terreno que pasó de largo siguiendo la dirección que traíamos nosotros.
A partir de allí bajamos pronunciadamente al lado de una alambrada de pinchos metálicos. Tras unos metros de descenso vimos como se abría completamente el paisaje hacia el valle de nuestra izquierda, por el que teníamos que descender. Para verlo mejor Luis y yo atravesamos la alambrada y nos acercamos mas al borde del valle. En éste, como me había indicado José F., compañero que propuso la ruta y que no había podido acompañarnos, vimos una cantera hacia la que nos teníamos que dirigir. Por encima de esta se alza el alto de La Biseca y en la parte contraria del valle el Cornico de Francia. Por otro lado, podíamos ver los valles alejados e incluso soleados. Justo debajo estaba el bosque en el que luego nos internaríamos. Mientras yo contemplaba todo ello, Luis había bajado hacia donde estaban los otros.
Como anécdota apuntaré lo siguiente. Tras contemplar durante un rato la masa de nubes que estaba encima de nosotros, vi que estaba pasando hacia atrás y que no tardaría en llegar a darnos incluso el sol que se veía en los valles alejados. Estaba tan convencido de ello que les indiqué que subiesen hasta allí para disfrutar de ello. Aunque no era mucho el trecho, sí que era pendiente. Para colmo de males vemos como cambia totalmente el panorama y parece estancarse las nubes encima de nosotros. Pidiéndoles mil perdones comenzamos a descender hacia otro pequeño collado donde entramos directamente en el bosque tras abandonar la pista que habíamos seguido desde el comienzo. Eran las 16:30 horas y estábamos a unos 1600 metros.
A partir de allí seguía un sendero entre la arboleda muy marcado y sin pérdida alguna. En este bosque pudimos disfrutar más bellas postales otoñales de la ruta. Los robles junto con los amarillentos y abundantes helechos entre la verde hierba creaban unas composiciones realmente indescriptibles. Allí sacamos varias fotos y grabé algún video más con la cámara aprovechando que había comprado otra tarjeta para la misma. Dejando atrás el bosque vimos un rebaño de vacas pastando en los verdes prados de la Vallina del Ablano.
Así descendimos lo más pendiente y llegamos al camino que subía del pueblo hacia la cantera. Caminando por él vimos aparecer el sol por primera vez entre algunos claros. A los lados vimos algunos prados de verde pasto. Poco antes de llegar al pueblo pasamos por un corto paso entre rocas a modo de desfiladero.
A las 17:30 horas entramos en Portilla por la calle por la que habíamos salido. Lo que no vi fue la bifurcación del comienzo de la ruta, y por curiosidad retrocedí unos metros para verla. En la calle continuaba trabajando un hombre al que ya por la mañana le habíamos visto haciendo una zanja en la misma. Nos dirigimos hacia el pórtico de la iglesia donde nos cambiamos tras coger la ropa del coche. En un instante en el que lució de nuevo el sol saqué una foto de la bonita iglesia.
Mi podómetro marcaba 20,5 Km, o sea, 3,5 km más que en el mapa. Como era la primera vez que lo usaba, tendré que regularlo mejor con el tiempo. Además hay que tener en cuenta la distancia recorrida dentro del pueblo a la salida y llegada, desvíos hechos en la ruta para ver algunas cosas, y también la exactitud real del mapa.
Pasadas las seis y media emprendimos el regreso a León. Ahora el sol lucía y el tono de los árboles que veíamos no podía ser más bonito. Ya en la carretera hacia La Magdalena nos detuvimos a sacar una foto del valle de Luna con el contraste de los verdes prados, amarillos árboles, el río y las montañas de fondo. De postal.
Sin más detenciones nos encaminamos hacia la ciudad donde llegamos sin novedades a las 19:30 horas. Ya había llamado a mi hermana para que fuese a buscarme y llegando poco después que yo.
Resumiendo, tras una previsión nada halagüeña, por mi parte puedo decir que pasé una jornada inolvidable tan solo con el disfrute de la compañía y el escaso pero encantador paisaje admirado.





















lunes, 11 de octubre de 2004

PEÑA DEL VIENTO (Arroyo de Wamba) 10-10-04

 


1ª ASCENSIÓN A LA “PEÑA DEL VIENTO”.

10-10-04         (Domingo)

Como primera salida de este mes de octubre hemos elegido la ascensión programada a la Peña del Viento, en la zona del puerto de San Isidro. La aproximación desde la provincia asturiana, que era la primera opción que teníamos, es mucho más larga y de desnivel mucho más extenso. Por ello decidimos hacerlo desde esta parte leonesa, desde la que resultó ser una sencilla ascensión de duración relativa corta.
Como ya habíamos acordado, la salida se hizo desde Guzmán. Allí quedamos a las 8:30 horas y con algo de retraso, por no variar, fue llegando el personal. Así se presentaron: Luis, José Luis, José Antonio, Guiomar y Roberto. La que no llegaba, ni llegó, fue Carmen, que ni había avisado ni avisó en ese momento. Por ello, y tras diez minutos de espera, emprendimos el viaje en los coches de Luis y el mío.
Por la nacional llegamos al Puente Villarente donde giramos hacia Boñar. Con el cielo cubierto y medio lloviendo, los ánimos no eran muy boyantes. Tras pasar Boñar, bordear el pantano y pasar por Puebla de Lillo, llegamos a Isoba. Allí vimos como se abrían incluso más claros que hacia el sur de donde íbamos. A poco más de dos kilómetros de este pueblo, algo por encima de la Venta de San Isidro, se encuentra el valle de Wamba por el que nos marcaba la ascensión el libro de rutas. Justo allí describe la carretera una cerrada curva que han rectificado, aprovechando nosotros el trozo de la antigua para aparcar los coches.
Como digo, los claros eran más abundantes, aunque no había que cantar victoria. La lluvia aún se dejaba sentir débilmente mientras nos componíamos para la ruta con chubasqueros, gorros etc. A las 10:20 horas emprendimos la misma por una pista que entraba directamente al valle aquel. El viento también se hacía notar, lo que contribuía a enfriar aún más el húmedo ambiente.
Dejando a la derecha el arroyo pasamos al lado de cuatro casas mientras ascendíamos suavemente por dicha vaguada. Las nieblas del sur tapaban todas las cimas de la derecha del valle, mientras que hacia la parte contraria, la asturiana, se mantenían prácticamente despejadas. Poco a poco fuimos girando hacia el NE con dirección a una pequeña collada, la de Fornos, a la que llegamos tras atravesar el arroyo de Wamba sin apenas enterarnos. El viento tenía la ventaja de no dejar estancar las nubes, por lo que podíamos ver casi de continuo todo el valle y a ratos incluso la Peña de Viento, que por otro lado aún no situábamos del todo bien. Teníamos la duda entre dos colladas a las que dirigirnos, aunque no tardamos en situar la correcta. Nos ayudó mucho en esta decisión la pista por la que continuábamos al dirigirse directamente a la que teníamos por buena. Sin dejar este camino, que ya casi arriba serpenteó un poco, alcanzamos la collada de Acebal, con una altitud de 1730 metros. Habíamos subido justo 300 metros en una hora exacta.
A la parte contraria vimos una caseta en medio de verdes prados. Allí abandonamos la pista, que bajaba ya por tierras asturianas, y cogimos un sendero marcado hacia nuestra derecha con dirección al pico en sí. Entre roca y verde transcurría esta senda que debido al ganado, tenía numerosos ramales posibles. Siguiendo uno de ellos nos metimos por la cara norte del macizo. Desde allí tuvimos una amplia y bonita vista de la parte asturiana que se mantenía despejada de nieblas. No tardamos en ver que el sendero bueno se dirigía por la vertiente contraria, por lo que retrocedimos unos metros para seguirle.
El viento allí era fortísimo, lo que inquietó a Guiomar. A pesar de los ánimos que le dimos para que siguiese, optó por renunciar y dar la vuelta. Luego supe que José Antonio había quedado con ella, ya que en ese momento íbamos un poco desperdigados unos de otros.
El resto fuimos poco a poco ascendiendo por la cara suroeste donde, como digo, el fuerte viento de cara nos hacía incluso retroceder a veces. Por suerte no era la pendiente muy pronunciada en aquel tramo y poco a poco fuimos ganando altura. Las nieblas seguían yendo y viniendo en torno a nosotros dejándonos ver solo un pequeña parte del paisaje. Nos dirigíamos hacia otra collada cercana desde la que ya se acometía el último tramo a la cumbre. Mientras que Luis, José L. y yo caminábamos por una senda a media altura, Roberto había cogido otra más baja, por lo que luego tuvo que remontar mas desnivel hasta dicha collada.
Desde ella continuaba el sendero ya por más zona rocosa y por la vertiente contraria a la anterior. Apuntaré aquí que la cumbre de aquel macizo delimita las dos provincias, leonesa y asturiana, por lo que tan pronto estábamos en una como en la otra. De esa forma, por la asturiana, continuamos superando altura suavemente hasta llegar a una pequeña canaleta por la que empezamos a trepar hasta alcanzar la cresta. En esos momentos la niebla nos envolvía casi por completo y el viento era formidable. Tras crestear unos pocos metros alcanzamos la cumbre a las 12:20 horas.
En la misma encontramos un buzón en el que figuraba el nombre de la cima y su altitud, 2000 metros. Del mismo recogimos una tarjeta de cumbres de un club asturiano y dejamos la nuestra. Como también es habitual, sacamos alguna foto con nuestro banderín-escudo. El paisaje era casi nulo debido a la niebla. Solo entre algunos claros divisábamos parte del valle.
Como el personal se quedaba frío, no tardamos en emprender el descenso. Yo quería esperar un poco más a ver si se abría algo la niebla, ya que al ir subiendo habíamos visto varias veces la cima al no ser ésta muy cerrada y soplar fuerte el viento que podía disiparla. Como no les convencí, comenzamos a bajar. José Luis le había cogido el palo a Luis y lo llevaba guardado. Después de unos metros de bajada se acordó de él y subió a recogerlo. Entonces José se lo dejó apoyado en una roca mientras el otro lo buscaba en la cumbre. Yo no sabía nada.
José y Roberto se aceleraron mientras Luis y yo quedamos por detrás. Tras bajar tan solo unos pocos metros por la cresta vimos como la niebla se disipaba abriéndose el paisaje majestuosamente ante nosotros. Realmente la euforia que sentí en aquel momento es imposible de describir. Delante de nosotros se alzaban todas las cumbres de San Isidro: Torres, Toneo, Agujas, Ausente, Requejines, Sentiles etc. Justo al lado, en el mismo macizo en el que nos hallábamos, la Rapaína y la Rapaona, esta última ascendida hace escasos tres años por nosotros. Hacia la parte asturiana contemplábamos todo el valle por el que se asciende a este pico desde Bezanes, en el puerto de Tarna, así como las cimas cercanas al mismo. El contraste del sol y las sombras de las nubes realzaba la belleza de toda esta maravilla visual. Como no, justo debajo transcurría el valle de Wamba con la pista por la que habíamos subido. Desde allí nos liamos los dos a sacar fotos de todo ello y estuvimos bien a gusto casi media hora.
Ya “empachados” de aquel espectáculo continuamos la bajada siguiendo el sendero marcado entre algunas canales. Así llegamos a la primera collada donde el viento arreciaba incluso más que en la cima. Casi era imposible sacar fotos sin que se moviese la cámara. Desde ella pasamos de nuevo a la vertiente leonesa con dirección a la collada de Acebal. De los otros dos no sabíamos ya nada. Cuando ya tuvimos a la vista la caseta del collado convencí a Luis para quedar a comer a la abrigada de unas rocas a media ladera y así poder disfrutar un poco más del paisaje. En la caseta no se veía a nadie, aunque poco después llegó un coche por la pista hasta ella. Acomodados en unas rocas nos dispusimos a comer. Eran las tres de la tarde mas o menos. Algo más tarde vi con los prismáticos a Guiomar y a José Antonio en la caseta junto con la otra pareja. Entonces recogimos y comenzamos a bajar hacia ella. Corriendo ladera abajo llegamos en cinco minutos.
De José Luis y de Roberto no sabían nada tampoco. Ellos habían ido a ver el lago Uvales, situado tras el pico Fornos, a la izquierda de la collada. Para llegar a él se podía siguiendo la pista que bajaba hacia la parte asturiana. Por allí había ido ellos, pero se daba un gran rodeo y se bajaba mucho para luego subir. El regreso lo habían hecho por un sendero por el que se tardaba mucho menos. Como ellos no habían comido aún, decidimos acercarnos nosotros a verlo mientras ellos comían.
Como en principio nos iban a esperar, dejé la mochila mía allí. Luis decidió llevar la suya con él. Un indicador señalaba el comienzo del sendero que iba bordeando la falda del pico Fornos. Delante nos precedía la pareja que estaba en la caseta y otra más. A buen paso alcanzamos una collada desde la que se desciende bruscamente hacia la vertiente norte del pico. Tras dejar detrás a las parejas aquellas bajamos este tramo y atravesamos unos canchales antes de alcanzar el circo donde se sitúa dicho lago. En escasos veinte minutos habíamos llegado.
El lago, de unos 150 por 100 metros, está enclavado bajo la cima del pico Fornos. Decidimos bordearlo y al llegar a la parte contraria, justo bajo el pico tuvimos una curiosa vista de él. Parecía como si fuese un recipiente con una sola salida de agua cayendo al vacío. Realmente era bonito y curioso el lugar.
Tras dar la vuelta completa a su perímetro, emprendimos el regreso. Desde la zona de los pedregales pudimos ver completamente el valle que baja hacia el puerto de Tarna y situar bastante aproximado el emplazamiento de la recientemente visitada cascada del Tabayón.
Yo reconozco que ya iba un poco cansado de tanta caminata y se me empezaban a agarrotar los músculos de los muslos, como me pasa mucho últimamente. Después de alcanzar la colladina pasamos al otro valle por el que continuaba el sendero con dirección ya a la caseta. Desde el sendero veíamos toda la falda norte de la Peña del Viento. Al llegar al refugio, sobre las 15:50 horas, nos encontramos con que no había nadie. Nos extrañó ya que habían dicho que nos esperaban, además de haber dejado yo mi mochila. Estuvimos mirando a ver si se habían resguardado tras alguna roca cercana, pero no vimos a nadie.
Visto ello optamos por subir hasta la collada Acebal, a escasos 100 metros. Tras bajar por la otra parte unos metros más hasta una curva, y mirar con los prismáticos hacia la pista del valle, les vi caminando ya muy adelante. Sin más emprendimos nosotros también el descenso en su busca. De José Luis y de Roberto seguíamos sin noticias, aunque lo más probable era que hubiesen bajado ya mientras Guiomar y José estaban en el lago.
Siguiendo la pista aquella fuimos perdiendo altitud contemplando el pico desde diferentes puntos de vista. Ahora sí se le podía fotografiar bien sin nubes que lo tapasen. Pasamos así por la colladina de Fornos y continuamos bajando al encuentro con la pareja, la cual había subido a un pequeño cerro junto al camino. Ya juntos liberé del peso de mi mochila a José Antonio.
Por aquella zona pastaban varios caballos que plasmaron una bonita estampa con el pico al fondo. Igualmente teníamos de frente todo el cordal del Ausente con el Toneo a una esquina y éste a la otra. La tarde había quedado increíblemente agradable aunque fresca. Sin novedades pasamos cerca de las casas y a las 17:00 horas llegamos a los coches. En el mío tenía una nota de los otros dos avisando que estaban en Isoba.
Nos cambiamos tranquilamente y emprendimos el regreso. Frente a las Ventas de San Isidro recogimos a Roberto y José Luis y continuamos el viaje con intención de parar en algún bar a tomar algo. Así llegamos a Puebla de Lillo donde nos detuvimos a ello en uno de los bares del pueblo. Con el Susarón de fondo nos sacó el chico de éste una foto a todo el grupo, ya que no habíamos hecho ninguna en toda la jornada.
Tras un rato tranquilamente sentados emprendimos de nuevo la marcha hacia León. Circundamos el pantano y pasamos por Boñar hacia el Puente Villarente. Ya con dirección a León encontramos bastante tráfico pero sin retenciones. En la ciudad acerqué a José Antonio y a Guiomar a sus respectivos domicilios. Poco antes de las ocho llegué yo al mío dando por terminada esta jornada que ninguno de nosotros nos esperábamos tras el comienzo tan irregular de la misma.