lunes, 11 de octubre de 2004

PEÑA DEL VIENTO (Arroyo de Wamba) 10-10-04

 


1ª ASCENSIÓN A LA “PEÑA DEL VIENTO”.

10-10-04         (Domingo)

Como primera salida de este mes de octubre hemos elegido la ascensión programada a la Peña del Viento, en la zona del puerto de San Isidro. La aproximación desde la provincia asturiana, que era la primera opción que teníamos, es mucho más larga y de desnivel mucho más extenso. Por ello decidimos hacerlo desde esta parte leonesa, desde la que resultó ser una sencilla ascensión de duración relativa corta.
Como ya habíamos acordado, la salida se hizo desde Guzmán. Allí quedamos a las 8:30 horas y con algo de retraso, por no variar, fue llegando el personal. Así se presentaron: Luis, José Luis, José Antonio, Guiomar y Roberto. La que no llegaba, ni llegó, fue Carmen, que ni había avisado ni avisó en ese momento. Por ello, y tras diez minutos de espera, emprendimos el viaje en los coches de Luis y el mío.
Por la nacional llegamos al Puente Villarente donde giramos hacia Boñar. Con el cielo cubierto y medio lloviendo, los ánimos no eran muy boyantes. Tras pasar Boñar, bordear el pantano y pasar por Puebla de Lillo, llegamos a Isoba. Allí vimos como se abrían incluso más claros que hacia el sur de donde íbamos. A poco más de dos kilómetros de este pueblo, algo por encima de la Venta de San Isidro, se encuentra el valle de Wamba por el que nos marcaba la ascensión el libro de rutas. Justo allí describe la carretera una cerrada curva que han rectificado, aprovechando nosotros el trozo de la antigua para aparcar los coches.
Como digo, los claros eran más abundantes, aunque no había que cantar victoria. La lluvia aún se dejaba sentir débilmente mientras nos componíamos para la ruta con chubasqueros, gorros etc. A las 10:20 horas emprendimos la misma por una pista que entraba directamente al valle aquel. El viento también se hacía notar, lo que contribuía a enfriar aún más el húmedo ambiente.
Dejando a la derecha el arroyo pasamos al lado de cuatro casas mientras ascendíamos suavemente por dicha vaguada. Las nieblas del sur tapaban todas las cimas de la derecha del valle, mientras que hacia la parte contraria, la asturiana, se mantenían prácticamente despejadas. Poco a poco fuimos girando hacia el NE con dirección a una pequeña collada, la de Fornos, a la que llegamos tras atravesar el arroyo de Wamba sin apenas enterarnos. El viento tenía la ventaja de no dejar estancar las nubes, por lo que podíamos ver casi de continuo todo el valle y a ratos incluso la Peña de Viento, que por otro lado aún no situábamos del todo bien. Teníamos la duda entre dos colladas a las que dirigirnos, aunque no tardamos en situar la correcta. Nos ayudó mucho en esta decisión la pista por la que continuábamos al dirigirse directamente a la que teníamos por buena. Sin dejar este camino, que ya casi arriba serpenteó un poco, alcanzamos la collada de Acebal, con una altitud de 1730 metros. Habíamos subido justo 300 metros en una hora exacta.
A la parte contraria vimos una caseta en medio de verdes prados. Allí abandonamos la pista, que bajaba ya por tierras asturianas, y cogimos un sendero marcado hacia nuestra derecha con dirección al pico en sí. Entre roca y verde transcurría esta senda que debido al ganado, tenía numerosos ramales posibles. Siguiendo uno de ellos nos metimos por la cara norte del macizo. Desde allí tuvimos una amplia y bonita vista de la parte asturiana que se mantenía despejada de nieblas. No tardamos en ver que el sendero bueno se dirigía por la vertiente contraria, por lo que retrocedimos unos metros para seguirle.
El viento allí era fortísimo, lo que inquietó a Guiomar. A pesar de los ánimos que le dimos para que siguiese, optó por renunciar y dar la vuelta. Luego supe que José Antonio había quedado con ella, ya que en ese momento íbamos un poco desperdigados unos de otros.
El resto fuimos poco a poco ascendiendo por la cara suroeste donde, como digo, el fuerte viento de cara nos hacía incluso retroceder a veces. Por suerte no era la pendiente muy pronunciada en aquel tramo y poco a poco fuimos ganando altura. Las nieblas seguían yendo y viniendo en torno a nosotros dejándonos ver solo un pequeña parte del paisaje. Nos dirigíamos hacia otra collada cercana desde la que ya se acometía el último tramo a la cumbre. Mientras que Luis, José L. y yo caminábamos por una senda a media altura, Roberto había cogido otra más baja, por lo que luego tuvo que remontar mas desnivel hasta dicha collada.
Desde ella continuaba el sendero ya por más zona rocosa y por la vertiente contraria a la anterior. Apuntaré aquí que la cumbre de aquel macizo delimita las dos provincias, leonesa y asturiana, por lo que tan pronto estábamos en una como en la otra. De esa forma, por la asturiana, continuamos superando altura suavemente hasta llegar a una pequeña canaleta por la que empezamos a trepar hasta alcanzar la cresta. En esos momentos la niebla nos envolvía casi por completo y el viento era formidable. Tras crestear unos pocos metros alcanzamos la cumbre a las 12:20 horas.
En la misma encontramos un buzón en el que figuraba el nombre de la cima y su altitud, 2000 metros. Del mismo recogimos una tarjeta de cumbres de un club asturiano y dejamos la nuestra. Como también es habitual, sacamos alguna foto con nuestro banderín-escudo. El paisaje era casi nulo debido a la niebla. Solo entre algunos claros divisábamos parte del valle.
Como el personal se quedaba frío, no tardamos en emprender el descenso. Yo quería esperar un poco más a ver si se abría algo la niebla, ya que al ir subiendo habíamos visto varias veces la cima al no ser ésta muy cerrada y soplar fuerte el viento que podía disiparla. Como no les convencí, comenzamos a bajar. José Luis le había cogido el palo a Luis y lo llevaba guardado. Después de unos metros de bajada se acordó de él y subió a recogerlo. Entonces José se lo dejó apoyado en una roca mientras el otro lo buscaba en la cumbre. Yo no sabía nada.
José y Roberto se aceleraron mientras Luis y yo quedamos por detrás. Tras bajar tan solo unos pocos metros por la cresta vimos como la niebla se disipaba abriéndose el paisaje majestuosamente ante nosotros. Realmente la euforia que sentí en aquel momento es imposible de describir. Delante de nosotros se alzaban todas las cumbres de San Isidro: Torres, Toneo, Agujas, Ausente, Requejines, Sentiles etc. Justo al lado, en el mismo macizo en el que nos hallábamos, la Rapaína y la Rapaona, esta última ascendida hace escasos tres años por nosotros. Hacia la parte asturiana contemplábamos todo el valle por el que se asciende a este pico desde Bezanes, en el puerto de Tarna, así como las cimas cercanas al mismo. El contraste del sol y las sombras de las nubes realzaba la belleza de toda esta maravilla visual. Como no, justo debajo transcurría el valle de Wamba con la pista por la que habíamos subido. Desde allí nos liamos los dos a sacar fotos de todo ello y estuvimos bien a gusto casi media hora.
Ya “empachados” de aquel espectáculo continuamos la bajada siguiendo el sendero marcado entre algunas canales. Así llegamos a la primera collada donde el viento arreciaba incluso más que en la cima. Casi era imposible sacar fotos sin que se moviese la cámara. Desde ella pasamos de nuevo a la vertiente leonesa con dirección a la collada de Acebal. De los otros dos no sabíamos ya nada. Cuando ya tuvimos a la vista la caseta del collado convencí a Luis para quedar a comer a la abrigada de unas rocas a media ladera y así poder disfrutar un poco más del paisaje. En la caseta no se veía a nadie, aunque poco después llegó un coche por la pista hasta ella. Acomodados en unas rocas nos dispusimos a comer. Eran las tres de la tarde mas o menos. Algo más tarde vi con los prismáticos a Guiomar y a José Antonio en la caseta junto con la otra pareja. Entonces recogimos y comenzamos a bajar hacia ella. Corriendo ladera abajo llegamos en cinco minutos.
De José Luis y de Roberto no sabían nada tampoco. Ellos habían ido a ver el lago Uvales, situado tras el pico Fornos, a la izquierda de la collada. Para llegar a él se podía siguiendo la pista que bajaba hacia la parte asturiana. Por allí había ido ellos, pero se daba un gran rodeo y se bajaba mucho para luego subir. El regreso lo habían hecho por un sendero por el que se tardaba mucho menos. Como ellos no habían comido aún, decidimos acercarnos nosotros a verlo mientras ellos comían.
Como en principio nos iban a esperar, dejé la mochila mía allí. Luis decidió llevar la suya con él. Un indicador señalaba el comienzo del sendero que iba bordeando la falda del pico Fornos. Delante nos precedía la pareja que estaba en la caseta y otra más. A buen paso alcanzamos una collada desde la que se desciende bruscamente hacia la vertiente norte del pico. Tras dejar detrás a las parejas aquellas bajamos este tramo y atravesamos unos canchales antes de alcanzar el circo donde se sitúa dicho lago. En escasos veinte minutos habíamos llegado.
El lago, de unos 150 por 100 metros, está enclavado bajo la cima del pico Fornos. Decidimos bordearlo y al llegar a la parte contraria, justo bajo el pico tuvimos una curiosa vista de él. Parecía como si fuese un recipiente con una sola salida de agua cayendo al vacío. Realmente era bonito y curioso el lugar.
Tras dar la vuelta completa a su perímetro, emprendimos el regreso. Desde la zona de los pedregales pudimos ver completamente el valle que baja hacia el puerto de Tarna y situar bastante aproximado el emplazamiento de la recientemente visitada cascada del Tabayón.
Yo reconozco que ya iba un poco cansado de tanta caminata y se me empezaban a agarrotar los músculos de los muslos, como me pasa mucho últimamente. Después de alcanzar la colladina pasamos al otro valle por el que continuaba el sendero con dirección ya a la caseta. Desde el sendero veíamos toda la falda norte de la Peña del Viento. Al llegar al refugio, sobre las 15:50 horas, nos encontramos con que no había nadie. Nos extrañó ya que habían dicho que nos esperaban, además de haber dejado yo mi mochila. Estuvimos mirando a ver si se habían resguardado tras alguna roca cercana, pero no vimos a nadie.
Visto ello optamos por subir hasta la collada Acebal, a escasos 100 metros. Tras bajar por la otra parte unos metros más hasta una curva, y mirar con los prismáticos hacia la pista del valle, les vi caminando ya muy adelante. Sin más emprendimos nosotros también el descenso en su busca. De José Luis y de Roberto seguíamos sin noticias, aunque lo más probable era que hubiesen bajado ya mientras Guiomar y José estaban en el lago.
Siguiendo la pista aquella fuimos perdiendo altitud contemplando el pico desde diferentes puntos de vista. Ahora sí se le podía fotografiar bien sin nubes que lo tapasen. Pasamos así por la colladina de Fornos y continuamos bajando al encuentro con la pareja, la cual había subido a un pequeño cerro junto al camino. Ya juntos liberé del peso de mi mochila a José Antonio.
Por aquella zona pastaban varios caballos que plasmaron una bonita estampa con el pico al fondo. Igualmente teníamos de frente todo el cordal del Ausente con el Toneo a una esquina y éste a la otra. La tarde había quedado increíblemente agradable aunque fresca. Sin novedades pasamos cerca de las casas y a las 17:00 horas llegamos a los coches. En el mío tenía una nota de los otros dos avisando que estaban en Isoba.
Nos cambiamos tranquilamente y emprendimos el regreso. Frente a las Ventas de San Isidro recogimos a Roberto y José Luis y continuamos el viaje con intención de parar en algún bar a tomar algo. Así llegamos a Puebla de Lillo donde nos detuvimos a ello en uno de los bares del pueblo. Con el Susarón de fondo nos sacó el chico de éste una foto a todo el grupo, ya que no habíamos hecho ninguna en toda la jornada.
Tras un rato tranquilamente sentados emprendimos de nuevo la marcha hacia León. Circundamos el pantano y pasamos por Boñar hacia el Puente Villarente. Ya con dirección a León encontramos bastante tráfico pero sin retenciones. En la ciudad acerqué a José Antonio y a Guiomar a sus respectivos domicilios. Poco antes de las ocho llegué yo al mío dando por terminada esta jornada que ninguno de nosotros nos esperábamos tras el comienzo tan irregular de la misma.





















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