1ª ASCENSIÓN AL GORBEA. (Álava).
19/20-06-04
Esta ha sido la primera salida de dos días que hacemos en este año. En esta ocasión nos hemos desplazado unos cuantos kilómetros hasta la provincia de Álava, muy cerca de su capital Vitoria, donde se encuentra el macizo de Gorbea, enclavado dentro del parque natural del mismo nombre. Para ello organizamos días antes el alojamiento, planes etc. y de esa forma nos dispusimos a cumplir otro de los objetivos programados para este año.
El resultado final no fue tan bueno como esperábamos debido a las inclemencias del tiempo, pero intentamos disfrutar de lo que vimos con el mejor optimismo que se pudo. Los participantes tampoco fuimos numerosos y sumamos tan solo cinco personas y otras dos que se nos unieron allí. Además de Toño, Carlos, Luis, Juan y yo, tuvimos la grata compañía de Felipe y Juanma, dos primos de Carlos residentes en Vitoria que se habían ofrecido a acompañarnos y hacernos de guías, lo que resultó un acierto ya que sin ellos hubiésemos tenido que desistir de la ascensión, como luego se verá.
Con todo ello concretado, llegó el momento de la partida. Aprovechando que todos podíamos salir el sábado por la mañana, ya que en mi caso estaba de vacaciones, así lo hicimos.
SÁBADO 19
Sobre las 10:15 horas pasaron a recogerme por casa y nos dirigimos por la autovía hacia Palanquinos donde nos esperaba Toño. Aquí nos acomodamos en los coches de éste y de Luis para emprender el viaje hacia Burgos. El cielo nublado y amenazante de tormentas no presagiaba nada positivo. Sin novedades llegamos a esta ciudad donde habíamos decidido desviarnos hacia el centro comercial “Decathlon”, dedicado todo él al material deportivo.
A las afueras de Burgos, dirección Soria, se encuentra dicho centro en el que paramos. Ninguno salió con las manos vacías de él. Lo cierto es que es bastante barato en comparación con los precios que se encuentran en León. Carlos compró unos bastones, Toño algo de material de escalada, Juan y Luis sendas mochilas y yo un podómetro que ya tenía pensado comprar no tardando. Ya fuera de él, y como tenían que comprar pan, entramos en un “Carrefour” cercano. En él tenían varios CD´S de música disco de oferta y me decidí a comprar uno de ellos.
Sin más nos pusimos de nuevo en marcha y, tras atravesar la ciudad, nos encaminamos por la nacional hacia Vitoria. A medio camino se encuentra Miranda de Ebro donde entramos en la autovía por la que continuamos hasta poco antes de entrar en Vitoria. Entre las localidades de Zuazo, Gomecha y Ariñez se encuentra el camping donde pasaríamos la noche.
A él nos dirigimos y nos registramos para entrar. Eran entonces las 15:45 horas. En la parcela aparcamos los coches y antes de nada comimos. El cielo seguía cubierto y amenazante de lluvia. Tras la comida entramos en el bar a tomar un café y jugamos unas partidas al futbolín. A continuación montamos la tienda grande y decidimos aprovechar la tarde visitando algunos lugares del parque natural situado a unos 20 kilómetros.
En el coche de Toño emprendimos este trayecto en el que tuvimos algunas equivocaciones por las numerosas autovías que rodean y salen de la ciudad. Primero llegamos a Sarriá, donde se encuentra el Centro de Interpretación del Parque. En él pudimos contemplar exposiciones de fotos, montajes audiovisuales, etc. Desde allí parte una senda por la que nos acercamos siguiendo el río Baias hasta un bello rincón con un puente colgante y cascadas en las que se bañaban algunas personas. De regreso decidimos ir a ver la cascada de Gujuli, pocos kilómetros más lejos de allí.
En dicho pueblo vimos un indicador con la dirección de dicho salto. Por una pista circulamos durante más de un kilómetro sin encontrar dicho lugar. Volvimos entonces al pueblo y pregunté a un lugareño que estaba segando en una huerta por la situación de la misma. Desde allí me indicó un sendero que partía de la pista anterior y a escasos 100 metros la encontraríamos. A pie nos metimos en la senda aquella y nos llevó a una vía del tren que tuvimos que cruzar. Justo a la parte contraria nos dimos de bruces con un profundo cañón al que se precipitaba el salto de unos 100 metros de altura. A pesar del escaso caudal, era impresionante la verticalidad de la caída de dicho salto. Para verlo mejor, bordeamos el cañón unos metros por un sendero muy cercano al vertiginoso precipicio. Yo continué un trecho más para conseguir una foto algo más de frente, pero con sumo cuidado y procurando no mirar al fondo. En esos momentos comenzaba a lloviznar y regresé al coche donde ya estaba el resto.
Nos pusimos de camino al camping y al llegar a la altura de un polígono con varios centros comerciales nos desviamos para entrar en otro “Carrefour” a comprar alguna cosa que se les había olvidado. Sin más volvimos a ponernos en marcha y llegamos al camping poco a última hora de la tarde. Aquí se montó la otra tienda, y como no se decidieron a salir a dar una vuelta por Vitoria, fuimos preparándonos para acostarnos.
Hacia las cuatro de la madrugada llegó un grupo que metió bastante escándalo antes de acostarse. Yo me desperté varias veces, pero no dormí del todo mal.
DOMINGO 20
Sobre las 8:30 horas nos levantamos. El cielo se veía un poco más despejado, pero en las cumbres se mantenían las nieblas. Desayunamos y recogimos las tiendas. No tardaron en llegar los primos de Carlos, Felipe y Juanma. Todo recogido, y tras haber pagado el día antes la estancia, salimos del camping con dirección a Murua. En unos 15 minutos llegamos a dicho pueblo por el que pasamos para internarnos más en el valle por una estrecha carretera en la que tuvimos una leve incidencia. Al cruzarse Felipe con otro coche se rozaron los espejos y el suyo partió. La carcasa quedó intacta, pero el cristal, tras encontrarlo entre los matorrales, estaba todo astillado.
Tras unos metros más recorridos, aparcamos los coches en un lugar acondicionado para ello cerca de la carretera. Los claros y las nubes se alternaban por encima de nosotros cuando emprendimos la marcha a las 10:30 horas. Toño tenía ya planeado no subir por causa de una molestia en la rodilla que no termina de quitársele y decidió ir solo a pasar el día por allí.
Retrocedimos unos metros por la carretera antes de entrar en una pista señalizada. Según la misma, había 5,5 kilómetros a la cumbre y el tiempo estimado era de 2:30 horas. Poco a poco fuimos ascendiendo paralelos a la carretera hasta encontrarnos sobre un bonito merendero pegado a la misma y a unos 50 metros a plomo bajo nosotros. No tardamos en meternos en el bosque que fue compañero nuestro durante casi toda la ruta. El camino estaba bien marcado y en él encontramos trechos de fuerte pendiente. Carlos y sus primos iban por delante a buen paso, mientras el resto les seguíamos tranquilamente.
A la par que ascendíamos, contemplábamos cada vez más amplio el paisaje. Por lo cerrado del bosque, sólo entre algunos claros veíamos en la lejanía los valles. Cuando salía el sol, el entorno brillaba y los colores destacaban profundamente en la vegetación variada. Desde bajos helechos hasta enormes robles pasando por hayas, avellanos y otra multitud de especies florales crecían en aquel ambiente idílico.
Tras aproximadamente una hora caminando, llegamos a una bifurcación desde la que nos explicaron se podía llegar hasta una cueva. Como nuestro principal objetivo era la cumbre, continuamos por el sendero hacia la misma. La pendiente se acentuó durante unos metros y salimos a un claro donde vimos pastar varias vacas. Paulatinamente se fue escapando la llovizna y nos hizo colocar los chubasqueros. Ahora comenzábamos a ver algo de roca frente a nosotros.
Por el sendero continuamos ascendiendo hacia las rocas alternándose de continuo el bosque cerrado con los claros. Algo más arriba vimos un numeroso rebaño de cabras que ni se inmutaron al pasar entre ellas. A continuación pasamos una zona de rocas por las que trepamos un poco ya saliendo del bosque hacia los prados altos. La niebla ya comenzaba a cubrirnos y la visibilidad fue decreciendo. En dichas praderías vimos también varios caballos pastando.
Atravesando por una pequeña canal nos metimos en la loma que forma la cumbre del Gorbea. Como digo, la niebla hacía la visibilidad nula prácticamente. La pendiente era muy suave y el terreno era pradera de alta montaña. Por fin divisamos entre la bruma la enorme cruz de la cima. Eran las 12:55 horas. El viento soplaba fuerte y traía consigo la humedad de la niebla. Parecía, salvo por la ausencia de nieve, un paisaje invernal del todo.
Yo llevaba la camiseta empapada de sudor al ir con el chubasquero de plástico puesto. Allí me tuve que poner la sudadera para no quedarme helado, y aún así no era suficiente. La cruz está en la cúspide de un armazón metálico de 18 metros de altura bajo el cual se encuentra la imagen de una virgen. Al lado hay dos buzones, uno de ellos con la curiosa forma de una casa metálica muy decorada. También un monolito con una figura arriba en la que se indican las numerosas cumbres que desde allí se pueden distinguir, en un día claro, por supuesto. Lo cierto es que me dio mucha rabia no poder disfrutar de ninguna vista desde allí, más si cabe, tras el largo viaje realizado para ello. Enseguida querían bajar sin hacer tarjeta, fotos ni nada. Yo me lo tomé con calma e hice algunas fotos tranquilamente y dejamos la tarjeta de cumbres.
Tras escasos 15 minutos en la cima emprendimos el descenso. Yo llamé a casa sin contestación alguna, por lo que llamé a Merce a Logroño y hablé con ella un rato.
Para el descenso optaron por otra ruta alternativa. Como antes, se fueron distanciando y esta vez quedamos Carlos y yo por detrás completamente despistados. La niebla ya no estaba cerrada, pero no les veíamos por ninguna parte. Tuvimos que llamarles por teléfono para que nos indicasen. Enseguida nos hicieron señas y les alcanzamos. El sendero transcurría por entre matojos bajos de infinidad de colores. No tardamos en meternos de nuevo en el bosque donde había un refugio medio derruido en el que paramos a comer. Eran las 13:50 horas.
Cuando salía el sol creaba un entorno realmente bello. Nos rodeaban numerosos helechos y algunos árboles caídos por la fuerza del viento y la nieve invernal. Algunos se metieron dentro de la derruida cabaña mientras otros comimos fuera de ella. Antes de emprender la marcha de nuevo, sacamos una foto todos juntos con el escudo del club, ya que arriba, con tanta niebla, no habían quedado nada claras. Aquí sí llamé a casa y hablé con mi madre.
Después de casi una hora de parada, emprendimos la marcha otra vez. Aunque suene repetitivo, solo el paisaje boscoso y los contrastes del mismo ya compensaban bastante la decepción de la cima. Enormes troncos con ramas de formas extrañas abundaban por doquier. Desde uno de los claros distinguimos a lo lejos la ciudad de Vitoria. Con la cámara saqué algunas fotos, pero al estar tan lejana no se distingue en ellas.
Así fuimos descendiendo entre aquella maravilla visual en la que de nuevo encontramos una manada de caballos pastando a la sobra. No tardando llegamos al cruce con el camino que habíamos seguido a la ida. Ya por este llegamos a la altura desde la que se veía el merendero abajo. Carlos, Felipe y yo nos desviamos un poco para verlo desde otra perspectiva. Yo todavía me alejé más y saqué una fotos del mismo con la enorme pared de fondo y el macizo del Gorbea detrás.
No tardé en alcanzarles tras bajar un corto pero fuerte desnivel hasta el camino. Unos metros más adelante salimos a la carretera y otros pocos más por ella alcanzamos los coches. Eran las 16:05 horas. Allí estaba Toño esperando, el cual había estado dando paseos por los alrededores. Felipe y Juanma tenían prisa y marcharon enseguida. Nosotros nos cambiamos ropa y calzado antes de ponernos en marcha. Como dato apuntaré que hasta allí habíamos hecho 315 Km. sin contar las vueltas del día antes.
Sobre las 16:30 horas emprendimos el regreso hacia León. Por la misma carretera llegamos a la autovía y bordeamos Vitoria con dirección a Burgos. Desde el coche saqué una foto del macizo entre la niebla. En Miranda de Ebro dejamos la autovía y por la nacional nos dirigimos hacia Burgos. Atravesamos éste y volvimos a coger otra autovía hacia León. Como habíamos pensado, al llegar a Carrión de los Condes nos desviamos para tomar un refrigerio y hacer las cuentas. A las 19:30 horas, y tras casi media hora allí, nos pusimos de nuevo en ruta. Al llegar a Palanquinos volvimos a detenernos y se cambió Carlos para nuestro coche despidiéndonos de Toño que iba para Ardón. A las 20:30 horas me dejaron a mí en casa.
Así se terminó este fin de semana marcado por la decepción del mal tiempo, pero con las satisfacciones de los detalles y paisajes vistos el primer día y en el ascenso y descenso del pico. Aunque lejano, no es muy complicado volverlo a intentar en el futuro.
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