1ª TRAVESÍA “NACIMIENTO DEL PAS”.
06/08-06-03
Este fin de semana hemos realizado una salida de las más completas que pueden hacerse. Además de la ruta de montaña, lo hemos completado con visitas turísticas por Cantabria, teniendo el mejor guía para ello, un oriundo de allí como es Antonio. Como ya hiciera con más compañeros del club hace unas semanas, esta vez nos ha invitado a nosotros a pasar un fin de semana en su casa de Santander para recrearnos de la belleza de esta comunidad con tan variado paisaje y diversidad cultural.
Verdaderamente resultaron unos días inolvidables para el grupo de seis personas que tuvimos la suerte de disfrutarlo en una convivencia casi, casi mágica diría yo. Creo que, tanto Jorge, como Sonia, Miguel, Antonio y Carmen, quedaron igualmente embargados por la experiencia vivida durante estos tres días y de la cual doy fe a continuación.
Como nota aclaratoria apuntaré que, a pesar de ser los componentes todos miembros del club de montaña, la excursión fue de carácter totalmente particular, sin vínculo alguno con el mismo.
Y sin más relataré lo más fielmente todo lo vivido por el grupo, poniendo especial interés en intentar transmitir lo mejor posible las emociones experimentadas, al menos por mi parte.
VIERNES 6
Alrededor de las 20:30 horas pasó Miguel a recogerme por casa para dirigirnos luego hacia la gasolinera cercana a los depósitos de Campsa. No tardaron en llegar los demás en el coche de Jorge y nos repartimos en los dos vehículos, quedando Miguel, Antonio y yo en uno y Jorge, Sonia y Carmen en el otro. Poco antes de las nueve emprendimos el largo viaje hacia Santander. En Onzonilla cogimos la autovía de Burgos por la que circulamos hasta la altura de Osorno, donde salimos a la nacional.
Aquí haré un inciso particular, que sin venir mucho a cuento, es un detalle destacado para mí. Tras pasar dos días en Logroño, esta misma tarde había regresado con mi familia en la furgoneta por esa misma autovía hacia León. Lo que resulta que, tras hacerme 300 kilómetros conduciendo, y con tan solo una hora de intervalo, iba a hacerme casi otros tantos, esta vez de pasajero.
Ya por la carretera fuimos avanzando hasta pasar por Aguilar de Campoo, entrando poco después en Cantabria. La noche se iba cerrando según avanzábamos por la nacional 611 bajando el puerto Pozazal y dejando atrás Reinosa. Sin novedades llegamos a Torrelavega donde ya cogimos la nueva autovía, aún con tramos de obras, hacia Santander.
Sin entrar en éste cogimos dirección a Maliaño, población muy cercana a la capital donde, como ya nos había dicho, Antonio nos llevó a cenar a una pizzería conocida por él llamada “Hoyuela”. Aquí pedimos unas pizzas y vino italiano para acompañarlas. Este era un rosado espumoso de muy buen sabor y de marca “Lambrusco”. Dicho nombre iba a traer cola durante el resto del fin de semana, ya que sus efectos se hicieron notar más o menos en todos. Al menos a mí, no acostumbrado a beber vino, sí me hizo desvariar un poco.
Tras la alegre cena cogimos los coches para dirigirnos hacia la casa de Antonio, situado en un residencial llamado “El Tojo”, a unos 8 kilómetros del propio Santander. En éste metimos todo lo que traíamos y nos repartimos por las habitaciones del piso superior. Tras ello aprovechamos la buena noche que reinaba para sentarnos en el porche un buen rato a charlar. La casa está orientado más o menos hacia el sureste, teniendo las luces de Santander algo hacia la parte izquierda.
Poco a poco fueron pasando las horas y sin darnos cuenta eran las dos y media. Nos fuimos recogiendo a los aposentos sin saber que no tardando aparecería el “fantasma revoltoso”, al que yo personalmente conozco muy, muy bien; vamos, es como parte de mi persona. Se trata de un fantasma graciosillo que se dedica a tocar y abrir las puertas de las habitaciones, apaga y enciende luces, y lo más cachondo, va normalmente con un frontal deslumbrando a los sufridos huéspedes. Esta noche hizo de las suyas en todas las habitaciones, por lo que los moradores tardaron en conciliar el sueño. Lo curioso de ello es que a mí, no sé por qué, no me molestó lo más mínimo, es más, ellos no me dejaban dormir a mí con tanta bulla que montaban. Claro, si se llevaran tan bien con él como yo, no les pasaría eso. Mira que se lo dije. Con esta tontería, casi eran las cuatro cuando se calmó la cosa y pudimos descansar por fin un poco.
SÁBADO 7
Minutos antes de las nueve empezamos a oír palmas y la melodía de “Quinto levanta.......”. Antonio, que no tenía otra cosa que hacer que molestar de esa forma al personal. Con ello nos fuimos incorporando y bajamos a desayunar. Lo que más nos desolaba era la niebla cerrada que no dejaba ver paisaje alguno. Antonio nos animaba un poco diciendo que solía ser normal por las mañanas, pero que tampoco era raro que se mantuviese.
Este día era el programado para hacer la ruta del nacimiento del río Pas, por lo que aún fastidiaba más si cabe dicha climatología. Desde allí llamó a Vega de Pas donde le animaron diciendo que estaba despejado por aquellas alturas.
Tras prepararlo todo para la travesía, cogimos los coches para acercarnos hasta el comienzo de la misma. Con la niebla como acompañante salimos por la carretera con dirección sur hasta llegar a Villacarriedo, a unos 30 kilómetros. En este pueblo hicimos una parada para disfrutar de la preciosa arquitectura de algunas casas cubiertas de flores y del palacio de Soñanes, con fachada de destacada belleza.
A tan solo un kilómetro de allí se encuentra Selaya, en el que volvimos a detenernos, esta vez para entrar en un despacho de repostería llamado “Casa El Macho”, donde hacen unos de los mejores sobaos y quesadas pasiegas de Cantabria. Aquí compramos alguno de estos productos para traer a casa.
Tras ello reemprendimos el viaje ahora subiendo los puertos de La Mesuca y La Braguía, en el cual paramos para disfrutar de una vista del valle contrario, el del Pas. Además de los pueblos del mismo, pudimos ver al fondo el pico Castro Valnera, bajo el cual se encuentra el nacimiento del río Pas. A partir de allí la carretera se encontraba en obras y el descenso hacia este bonito valle lo hicimos con cautela. En la hondonada se ubica Vega de Pas, por donde pasamos para dirigirnos al comienzo de la ruta. Por una estrecha carretera que se adentraba en el valle avanzamos unos kilómetros hasta su final donde aparcamos los coches. Desde casa habíamos recorrido unos 60 kilómetros.
Sobre las 11:15 horas comenzamos la ruta, y tras atravesar un puente sobre otro río cercano, nos metimos de lleno en el valle del río Pas. En el medio del camino vimos unos raíles de tren medio enterrados. La vegetación era muy frondosa a ambos lados del trayecto e incluso vimos alguna huerta cultivada. También abundaban, como ya habíamos visto durante el viaje, las casas típicas en el medio de las laderas. Poco más adelante había un puente de piedra sobre el que había que pasar a la parte contraria del cauce. En él paramos a sacar unas fotos antes de proseguir.
En el siguiente tramo esta pendiente se acentuó aún más subiendo casi en vertical por el camino ahora empedrado. El sol comenzaba a hacerse notar, aunque de momento la tupida arboleda nos evitaba este suplicio. Según ganábamos altura, el paisaje era cada vez más amplio y bonito. Más adelante tuvimos que salir del camino hacia los prados ya que la maleza impedía por completo el avance por el mismo. En el medio de estos había una de estas casas cerca de la cual pasamos antes de meternos de nuevo al sendero.
Durante otro tramo más caminamos por éste, pero lo bueno se iba a terminar enseguida. No tardamos en dejar la arboleda y salimos a pleno sol. Protegidos por viseras llegamos a un cruce con el río donde me ocurrió la primera gracia del día. Me puse en una piedra para mojar a Jorge y me resbalé cayendo de culo al agua. Me mojé los pantalones, la mochila y la funda de la cámara de fotos. Claro, ellos riéndose de la desgracia ajena.
Tras esta incidencia sin mayores consecuencias, y ya por la margen derecha del río, continuamos ascendiendo poco a poco por aquel bello rincón hasta un punto donde el valle se dividía en dos. La ruta seguía por el ramal de la izquierda, por lo que de nuevo tuvimos que atravesar el río. Como apunte diré que en el mismo pudimos ver infinidad de pozas de agua cristalina donde apetecía meterse a remojo.
A partir de allí comenzó lo más duro de la ruta. Teníamos que subir ladera arriba casi verticalmente por hierba que resbalaba de forma exagerada. Nos fuimos dividiendo y cada uno fue avanzando como mejor pudo. Sonia iba con bastante problema de alergia y al final, muy a su pesar, tuvo que abandonar junto con Jorge para poco que quedaba. Al menos ya se veía la bonita cascada a la que teníamos que llegar y que caía desde la cima de un alto murallón.
Mientras ellos daban la vuelta, nosotros peleábamos con aquella interminable cuesta resbaladiza y llena de matorral bajo que dificultaba el avance. La vista ya era amplia de todo el valle. En las laderas destacaban los curiosos estratos de las rocas entre el verdor primaveral. En lo alto de un cerro vimos una de las numerosas casas de las que ya hablé antes.
Por fin alcanzamos el nivel de la cascada y solo nos quedaban unos metros para llegar a la parte baja de la misma. El último tramo también se las traía. Había que pasar por un sendero estrecho y con hierba a cuyo lado teníamos el precipicio del río. A Carmen le había afectado el sol e iba algo mareada, por lo que entre Antonio y yo la “escoltamos” en este trecho cogiendo un bastón entre los dos y dejando a ella que se agarrase en medio. De esa forma alcanzamos el final de la ruta sobre las 14:00 horas.
El lugar era idílico por completo. La cascada, con no mucha agua, caía desde unos 50 metros sobre otra plataforma más arriba. Tras resbalar por la roca llegaba al lugar donde estábamos formando varias pozas cristalinas antes de volver a precipitarse otros cuantos metros roca abajo hacia el cauce del valle. Igualmente veíamos salir varios chorros expulsados desde huecos abiertos en la misma pared vertical. Todo ello, como digo, en un entorno realmente paradisíaco.
No tardó Antonio en meterse bajo el chorro de la cascada seguido por Miguel. Yo era mas frenado ya que el agua estaba helada y veníamos sudando lo nuestro. Al final me quedé en bañador y me decidí a remojarme. Lo bueno es que le cogí gusto y luego no salía del agua. Era una experiencia realmente placentera meterse en la poza o bajo el chorro. Por otra parte, en el agua vimos numerosas crías de ranas y de salamandras.
Tras un buen rato disfrutando de aquella maravilla, nos acomodamos para comer. Algo por encima salía un chorro de agua helada por una especie de túnel en la roca donde bebíamos y llenamos las cantimploras.
Tan a gusto estábamos, que ninguno tenía prisa en comenzar el regreso. Al fin hubo que hacerlo mientras veíamos como se comenzaba a nublar y aparecía la niebla. Sobre las 16:30 horas nos pusimos de regreso. Atravesamos de nuevo al tramo dificultoso y comenzamos a descender más pronunciadamente. Echando la vista atrás pudimos contemplar un paisaje de postal. La niebla se iba metiendo y medio tapaba la cima del Castro Valnera, situado por encima de la cascada. El aspecto que le daba era verdaderamente mágico. Allí sí que sacamos todos fotos de aquella maravilla. Además, cuanto más nos alejábamos, más cambiaba la perspectiva y más fotos tirábamos. Fueron unos momentos inolvidables.
Como digo, ya bajábamos lo más empinado, y como ya había pronosticado, no tardé en caerme al resbalar en la hierba. Si subir era dificultoso, bajar no lo era menos. Claro, que no fui yo el único. Carmen también se cayó casi abajo y se torció algo un tobillo. Por suerte no fue grave la cosa y pudo seguir sin dificultad. A Miguel también le acompañó la desdicha al cortase en un dedo con un cuchillo que llevaba mal encajado en el juego con el que venía. Lo llevaba metido con el filo al revés y al meter la mano en la mochila se cortó en la yema de un dedo, por lo que hubo que socorrerle “urgentemente”.
Así de accidentada tuvimos esta bajada hasta llegar al arroyo que atravesamos por las rocas hacia la parte contraria. La niebla había bajado mucho y ya no veíamos la parte alta del valle. De Jorge y Sonia no sabíamos nada, por lo que supusimos que habían ido bajando. Sin dejar la senda fuimos haciendo lo mismo nosotros hasta llegar de nuevo al segundo cruce del río. Esta vez no paré a mojar a nadie, por si acaso.
Algo más adelante se encontraba una verde pradera donde estuvimos un rato parados. La niebla ya lo cubría todo dando al entorno un halo misterioso. Antonio nos estuvo contando alguna experiencia suya durante cierta salida a ese mismo lugar cuando vivía en Santander. También contó alguna historia sobre las leyendas de los bosque aquellos y sus mitológicos habitantes, lo que contribuyó a dar mas esoterismo al momento.
Enseguida nos metimos entre la vegetación que antes nos había aliviado del sol y que ahora contribuía, junto con la niebla, a dar ese toque místico al lugar. Los árboles crecían de forma desmesurada por las orillas del río. Algunos de ellos se torcían debido al terreno inclinado de donde salían mientras que otros ya estaban caídos por completo. Igualmente abundaban los helechos, de los que Antonio nos contó una curiosidad. Los había de dos formas diferentes, los que sus hojas salían de un tallo central, que eran helechos, y los que las hojas salían todas del mismo suelo, que eran helechas. Estas últimas se ven más en rincones húmedos y con poca luz, más cerca del cauce.
Con todo ello llegamos al tramo pronunciado que bajamos hacia el río por la roca que lo cubría. Enseguida alcanzamos el puente de piedra por el que pasamos para dejar el torrente a nuestra derecha. En este último tramo nos adelantó un joven que no habíamos visto antes. En una de las huertas cercanas oímos el ruido de un motor, suponemos que de agua. Como en todos los lugares húmedos, aquí también habíamos ido viendo numerosas babosas negras por el medio del camino.
Ya eran las 18:45 horas cuando llegamos al final de la ruta donde estaban Jorge y Sonia esperando. Nos contaron que habían ido bajando tranquilamente y se habían incluso bañado en las pozas del río. Ahora la niebla era “meona” y lo cubría todo. Sin más nos cambiamos el calzado y emprendimos el regreso.
Por la estrecha carretera llegamos a Vega de Pas donde nos detuvimos. En un bar tomamos un café y yo tuve que comprar un carrete de fotos ya que había dejado uno en la casa y ya no me quedaba ninguno. Lo que no encontramos, por estar cerrado ya, fueron postales.
El regreso lo íbamos a hacer por otra carretera diferente a la ida. Ahora salimos hacia el oeste con dirección a la nacional 623. Los valles seguían siendo impresionantes del verdor que tenían y la gran cantidad de bosques. De esa forma llegamos a Ontaneda, donde nos detuvimos de nuevo. Aquí estaban celebrando un día festivo y se veía bastante personal. En un supermercado entramos a comprar la cena que teníamos pensado hacer en casa. Algo más adelante, dentro del mismo pueblo, volvimos a parar. Esta vez para degustar los helados que de forma tradicional hacen dos señoras muy conocidas de Antonio. Dejándonos aconsejar por ellas, pedimos uno de queso, cuyo sabor era realmente suave y exquisito. Sentados en unos bancos de la fachada, los tomamos tranquilamente.
Sin más nos pusimos de nuevo en marcha por la misma carretera hacia Santander. No nos detuvimos más ya que nos quería llevar a ver otro lugar ciertamente curioso e íbamos justos de tiempo. Estaba en Maliaño, justo al lado de la pizzería del día antes, y se trataba de un pequeño museo de bicicletas donde también habían estado la vez anterior y cuyas fotos habíamos visto.
Llegamos aún a tiempo para contemplar esta maravillosa colección de unas 20 bicicletas de época casi todas construidas por Segundo, el encargado de aquella notable exposición. Él mismo nos estuvo comentando como saca las ideas de fotos y libros antiguos y luego, en el taller que tiene particular, construye y monta las piezas hasta rematar aquellas maravillas. Las había de todos los modelos, con dos ruedas, con tres, una grande y otra pequeña, etc. También los materiales eran de los más variado, desde aluminio hasta madera, pasando por el hierro común.
La historia es que, desde hace unos años se dedica a construir estas bicicletas haciendo una por año para exhibirla en el día de la bici. Por supuesto, todas ellas son utilizables, y nos enseñó numerosas fotos de estos eventos con él vestido de época encima de las bicis así como fotos de él construyéndolas.
Tras disfrutar de esta sorprendente exposición, nos dirigimos hacia casa para preparar la cena. Habíamos comprado unos langostinos para hacer a la plancha y patatas para una tortilla. Allí mismo, en la cocina, preparamos todo ello y lo degustamos tranquilamente entre bromas y risas. Fuera se habían comenzado a escuchar los truenos de una tormenta que durante un rato se mantuvo encima.
Como ya era bastante tarde, comenzamos a retirarnos a las habitaciones, esperando que esta vez nos dejase descansar bien el “fantasma revoltoso”. No resultó ser así, y no tardó en volver a atacar. De nuevo abría las puertas, tocaba en ellas y apagaba y encendía luces. Yo seguía sin darme cuenta de nada, pero, no sé por qué, la pagaron conmigo. De repente entraron en mi habitación tres personas y se me echaron encima a darme una paliza, sin comerlo ni beberlo, vamos.
Total que ya era bastante tarde cuando pudimos relajarnos y dormir a gusto el resto de la noche.
DOMINGO 8
A la misma hora del día anterior comenzó Antonio a tocar diana. Con trabajo fuimos levantándonos y desayunando. La niebla lo cubría todo y además era húmeda. Sin perder tiempo fuimos recogiéndolo todo a los coches y limpiando un poco la cocina.
Poco después de las 10:00 horas dejamos la casa para dirigirnos hacia Santander. El plan para este día era regresar a León visitando varios lugares intermedios de la costa y el valle del río Nansa. La primera parada fue en la misma capital. Allí aparcamos cerca de la península donde se sitúa el palacio de La Magdalena. En la misma vimos el pequeño zoo en el que tienen focas, leones marinos y pingüinos. Muy cerca están las réplicas de las carabelas de Colón y otra barcaza indígena donde sacamos algunas fotos. Siguiendo la península llegamos a su cumbre donde se emplaza dicho palacio de La Magdalena, antigua residencia real. Desde la misma hay una bella vista sobre la bahía, ahora deslucida por la niebla.
Así dimos una vuelta completa al pequeño istmo y salimos para coger los coches. Con ellos atravesamos Santander siguiendo la línea de las playas hasta llegar a otro saliente de la parte contraria conocido como Faro Cabo Mayor. En él se ubica dicho faro y un pequeño edificio del que regularmente salía un sonido, a modo de sirena, que sirve como referencia de distancias a los barcos de la zona. Nunca había oído yo eso en ninguna otra costa.
A continuación nos dirigimos hacia otro lugar cercano donde vivimos, al menos por mi parte, una experiencia realmente conmovedora. En La Maruca vimos “en vivo” los efectos del hundimiento hace ya meses del petrolero “Prestige”. Numeroso personal se afanaba en la limpieza del chapapote en las rocas ennegrecidas por el mismo. Para ello utilizaban hielo seco que expulsaban a presión sobre las rocas por medio de máquinas compresoras. Verdaderamente es imposible de explicar lo que se sentía al ver aquel desastre con los propios ojos en vez de imágenes en la tele. Todo el mundo tenía que vivir, aunque fuese solo la experiencia de verlo, para saber la magnitud de la catástrofe ocurrida. Claro, allí solo vimos una mísera parte de lo que ha pasado en todo el litoral cantábrico y atlántico. Repito, la rabia y la pena se acumulaban en aquellos momentos dentro de nosotros.
Tras esta espantosa vista nos acercamos hasta un bar cercano a tomar unos vasos y probar una ración de rabas de calamar que realmente estaban deliciosas. Como el día seguía sin acompañar, decidimos no seguir más por la costa e irnos metiendo ya al interior. De esa forma nos encaminamos por la autovía hacia Torrelavega y continuamos después hasta Carrejo, donde paramos a visitar el Museo de la Naturaleza. En él vimos numerosos animales disecados, clases de árboles, escuchamos sonidos de diferentes aves y situamos en un mapa de luces varios lugares destacados de Cantabria. Yo aproveché y compré una guía de rutas que no me pareció cara. Trae 35 itinerarios y costó solo 2 €.
Sin más continuamos el viaje por el valle del río Saja hasta llegar a Sopeña, pueblo donde pasamos una vez la noche cuando hicimos la ruta de los Puertos de Sejos. Aquí teníamos previsto comer en el mesón “El Tentirujo” y así lo hicimos. Una de las especialidades del mismo, y la cual pedimos, es la carne de venado. Realmente resultó bien la comida en aquel lugar.
Otra vez en marcha, y con la niebla todavía como acompañante, nos desviamos de esa carretera para pasar a la cuenca del río Nansa. Yo tenía pesado el estómago y me eché en el asiento trasero donde di una cabezadita hasta llegar a la altura de la presa de este río. Impresionaba la misma con su elevación desde el fondo del valle. Además era totalmente vertical, lo que daba aún más vértigo. Yo quise sacar una foto, pero la niebla seguía estropeando el paisaje y no merecía la pena.
Continuamos de nuevo ya subiendo el puerto de Piedrasluengas hasta llegar a Puente Pumar, en el valle de Polaciones. Aquí nos detuvimos para entrar en una casa rural donde Antonio y algunos más van a pasar el fin de semana del 21, cuando vayan a un festival de música tradicional que se celebra cerca de allí y al que ya ha ido en otras ocasiones. En la misma vimos unas exposiciones de pintura y pirograbados al igual que objetos de artesanía rural de la zona. Aprovechamos para tomarnos un cafetín antes de emprender el viaje otra vez.
El último tramo del puerto se encontraba en obras y subimos tranquilamente hasta detenernos en un mirador. Desde él, según Antonio, se tenía una vista espectacular de los Picos de Europa y el valle de Potes. Ahora la niebla impedía toda esa vista, lo que daba realmente rabia. Aquí nos pasó un ciclista, que bien podía ser inglés por el aspecto, al que ya habíamos adelantado antes. Continuamos el ascenso dejando de nuevo detrás al susodicho individuo y volvimos a parar en otro mirador más arriba. El paisaje, aunque algo más abierto, era prácticamente el mismo. Otra vez nos adelantó este individuo que iba a buena marcha efectivamente.
Sin más, y como no merecían la pena más paradas, proseguimos el ascenso hacia la cima del puerto, dejando otra vez detrás al ya casi compañero de viaje. No tardamos en alcanzar la máxima cota donde se encuentra el límite de Cantabria y Palencia. Desde allí se comienza el descenso durante el cual comenzamos a ver el sol por primera vez en el día.
Por esa carretera llegamos poco después a San Salvador de Cantamuda, en el cual se encuentra una bonita iglesia en la que entramos. Aunque pequeña, tenía detalles bellos en el interior. Una señora a su cargo nos refirió algunos datos sobre la misma. Destacaba el altar de piedra con 7 columnas diferentes entre sí, o un cristo de rostro muy particular. Igualmente la fachada era curiosa por su especie de torreón redondo adyacente por el que se subía al campanario y su espada con cuatro campanas.
Eran ya las 19:30 horas cuando reemprendimos el viaje hacia León. La sorpresa no tardó en llegar al poco de salir a la carretera y ver de nuevo a nuestro amigo el ciclista delante de nosotros. A Antonio casi le da un ataque de risa. Ya le saludábamos como a un amigo más.
Tras bordear el embalse de Requejada, con los picos Espigüete y Curavacas al fondo, llegamos a Cervera de Pisuerga. Por él pasamos desviándonos poco después hacia Guardo. En esta carretera se encuentra el pueblo de Pisón de Castrejón, en el que también hay una bonita ermita cercana a la carretera donde volvimos a detenernos. Estaba cerrada y a su lado sacamos unas fotos con el sol luciendo espléndidamente. En un asiento de piedra unido a la fachada estuvimos sentados un rato antes de continuar de nuevo rodando hacia el final, no deseado, de aquella aventura vivida.
Poco más adelante atravesamos Guardo tras el cual se sube un pequeño puerto. En el mismo volvimos a parar para sacar una foto del Espigüete con el pueblo en primer plano. Aprovechamos para terminarnos una caja de sobaos que habíamos abierto por la mañana.
Y otra vez seguimos con este retorno tan aprovechado en el que aún nos quedaba la última parada antes de llegar a casa. Esta la decidimos hacer ya en nuestra provincia, concretamente en Almanza. Aquí llegamos sobre las 21:30 horas y nos acomodamos en la terraza de un bar para tomar algo y realizar las cuentas del gasto de combustible de los coches. Un buen rato de risa pasamos cuando nos acordamos del ciclista y de la cara que se nos quedaría si le viésemos aparecer por allí en ese momento. Antonio estaba dispuesto a pagarle una buena cena si conseguía esa hazaña.
Como ya no íbamos a parar más, nos despedimos los de un coche de los del otro. Sinceramente, y como ya hice referencia anteriormente, la convivencia de estos días hacía de este momento un tanto especial, por lo que la despedida, aunque no se notase mucho, creo que fue emotiva por parte de todos.
Sin más nos pusimos en marcha para realizar el último tramo hacia León. Por la comarcal salimos a la nacional en Sahechores de Rueda y desde éste, sin novedades, alcanzamos Mansilla de las Mulas poco después. En ella giramos con dirección a la capital donde llegamos minutos antes de las once de la noche. Tras dejar a Antonio en casa nos dirigimos a Armunia donde terminaba mi trayecto. A Miguel aún le quedaban unos kilómetros hasta Valdevimbre.
Y así terminó este señalado fin de semana. Muy difícil me ha resultado, y solo a medias lo he conseguido, el plasmar, no tanto los hechos acaecidos, si no las emociones experimentadas personalmente y más difícil aún las del resto de los compañeros y compañeras.
A su término solo queda un deseo: poder practicar muchas más experiencias de este tipo en fechas no lejanas.
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