lunes, 29 de marzo de 2004

"PALLIDE - PUERTO DE LINARES - COLLADO PRAO DEL TORO - ORONES - PALLIDE" 28-03-04

 


1ª TRAVESÍA “PALLIDE - PUERTO DE LINARES – COLLADO PRAO DEL TORO - ORONES - PALLIDE”.

28-03-04             (Domingo)

De nuevo la climatología nos ha obligado a cambiar el calendario previsto para este mes. Las nevadas caídas en los últimos días nos han hecho aplazar la ascensión a los picos Albos, en Somiedo, y sustituirla por una improvisada ruta en las cercanías del pantano del Porma. La misma fue propuesta por José Antonio a última hora y el resultado fue un éxito, algo mermado para mí que salí con un fuerte gripazo y que me hizo cambiar el último tramo de la misma por otro más sencillo en carretera. Aún así la ruta fue bonita y el transcurso de la misma como sigue.
En Guzmán nos reunimos los 6 participantes que al final nos presentamos este día en la salida. Los nombres de estos eran: José Antonio, Roberto, Luis, Carlos, Guiomar y yo. Poco después de las nueve emprendimos el viaje hacia el punto de comienzo. Salimos por la nacional hasta Puente Villarente y allí nos desviamos con dirección a Boñar. El día se veía despejado incluso hacia la montaña. Tras pasar por éste no tardamos en llegar a la presa del pantano del Porma. Bordeamos el mismo unos kilómetros y en el desvío hacia Pallide dejamos la general. Dos kilómetros más adelante se encuentra este bonito pueblo enclavado en un bello paraje natural. La carretera atraviesa la villa hacia Reyero, pero nosotros entramos por una de las calles hasta su final donde aparcamos los coches de Luis y de Roberto.
El frío era intenso y en los prados se veía una capa blanca de la helada. Bien enfundados y abrigados comenzamos la ruta sobre las 10:15 horas. Por una pista hacia el Este caminamos dejando detrás el pueblo entre verdes pastos y algunas cumbres. Yo me paré un momento para sacar los guantes y pensé que llevaba una cinta para el cuello lo que resultó negativo echándola de menos toda la ruta.
Poco a poco fuimos girando hacia la izquierda y nos metimos en el valle del arroyo Remolina. Éste se va reduciendo gradualmente hasta convertirse en un cañón cerrado conocido como El Estrecho. A ambos lados se elevan cimas de altura considerable. En el arroyo, que tuvimos que cruzar en una ocasión, se formaban atractivas cascadinas en las que vimos curiosas formas de hielo. El cañón es muy corto y enseguida salimos de él a un valle amplio. Nosotros continuamos por un sendero hacia la izquierda con dirección al puerto de Linares.
Este valle tiene salida por tres pasos principales, el que traíamos, la collada o puerto de Linares que pasa a Solle y por el lado contrario hacia Lois. Como digo, nosotros comenzamos a subir hacia el collado de Linares siguiendo una vaguada. Carlos se separó del resto y se desvió hacia la izquierda para subir por la loma.
En este tramo ya me comenzaron a agotarse las fuerzas. Iba muy despacio y casi por inercia. Realmente no tenía que haber salido, pero como era una travesía sencilla según José Antonio, me animé. Poco a poco, y esperado por el resto, fuimos ganando altura. A media ladera entramos en una pista que comunica las dos colladas. La vista comenzó a ser impresionante. No tardamos en divisar hacia el Este la cumbre del pico Peña Corada entre otras muchas cercanas. Por esa parte comenzaron a llegar nubes que enseguida cubrieron gran parte del cielo.
A las doce del mediodía alcanzamos la collada de Linares. De nuevo la panorámica que se nos ofreció a la vista fue indescriptible. La zona de San Isidro con todas sus cumbres: Torres, Toneo, Agujas, Ausente etc. Igualmente contemplamos el pico Susarón, allí cercano en el pantano, o el Cueto Aucino de Nocedo. Todos ellos con la cúspide blanca por la nieve. Realmente una vista de postal.
Tras disfrutar unos minutos de esta maravilla, continuamos por la pista que seguía a media ladera. Poco después se nos unió Carlos que bajaba desde la parte alta de dicha vertiente. Por debajo había una caseta a la que bajaron Roberto y José primero y a los que seguimos luego el resto. Se trataba de una edificación cuadrada de unos seis metros cuadrados con una puerta y dos ventanas. En ella había una chimenea, lo que me recordó mucho por su parecido a la cabaña en la que paramos en la salida anterior al Valle de Arbás.
Las nubes y los claros se alternaban trayendo consigo rachas de nieve. Aún nos quedaba un buen trecho de la travesía, parte de ella subiendo. Sobre las 12:50 horas, y tras unos veinte minutos allí, comenzamos de nuevo a caminar. Por la pista que traíamos nos dirigimos ahora hacia la collada del Prao de Toro. Este camino ladea el valle que baja a Solle, al que veíamos en el fondo del mismo, bajando unos metros al comienzo y subiendo luego hacia la collada. Hacia la mitad se encuentra un cruce que se desvía hacia el pueblo cogiendo nosotros el otro ramal menos marcado. Unas señales de madera indican las tres direcciones.
Para llegar a la collada hay que pasar por La Biseca, uno de los escasos bosques de avellanos que quedan en la zona, si no el único. A partir de allí se comienza a subir y encontramos más nieve. Yo me encontraba realmente agotado y solo tenía deseos de terminar. Casi por inercia iba avanzando con la suerte de que la nieve no estaba demasiado blanda. Apenas tenía ganas de sacar fotos, lo que es muy raro en mí. De vez en cuando preguntaba a José Antonio por el trecho que nos quedaba hasta la collada, aunque por experiencia sé que lo mejor es no hacerlo y seguir.
Por fin, y tras una hora de camino desde la cabaña, alcanzamos la collada del Prao del Toro. Al lado se elevaba una cima hacia la que todos salvo Carlos y yo se encaminaron. Carlos bajó unos metros y yo me quedé esperando a que bajase el resto. Me senté un rato y aproveché para sacar algunas fotos. Desde allí se veían los picos del Mampodre cubiertos de nieve y algo de niebla. Al ver que los demás comenzaban a bajar por otra ladera, me uní a Carlos para ver lo que hacíamos.
En el fondo del valle sur veíamos ahora el pueblo de Orones. La ruta pasaba por él antes de subir otra collada y bajar a Pallide de nuevo. Yo había decidido abandonarla en Orones y bajar por la carretera o esperar a que me recogiesen allí, ya que no estaba para subir más.
Como vimos que el resto se ponía a subir otra cima cercana, Carlos y yo optamos por comenzar a bajar hacia el pueblo. Guiomar se nos unió en esa opción y esperamos unos minutos a que nos alcanzase. En la vaguada aquella crecía un bosque de robles que procuramos evitar. Para ello nos echamos hacia la izquierda del mismo encontrándonos con algunos arroyos y trozos quemados de ladera.
Ya bastante abajo entramos en un camino que se dirigía hacia el pueblo y por éste entramos en Orones alrededor de las 15:00 horas.
Por una de sus calles nos dirigimos hacia la iglesia, algo separada del pueblo y un poco en ladera. Allí encontramos un soportal con un zócalo de cemento donde acomodarse para comer. Yo apenas tenía apetito y lo usé como cama para tumbarme un rato. Unos veinte minutos más tarde llegaron los demás. Me decidí a comer algo y estuvimos un rato descansando allí.
Yo había decidido ya irme por la carretera en vez de subir la collada que quedaba. Carlos decidió entonces acompañarme y poco antes de las cuatro emprendimos la caminata. Atravesamos Orones y salimos por la carretera hacia la general, distante aproximadamente un kilómetro. Desde este cruce al de Pallide tuvimos que caminar otros dos kilómetros con precaución debido a las curvas cerradas en las que los coches se metían incluso en el arcén. A mí me costaba mucho avanzar y casi me decido a esperar a que me vayan a buscar, pero poco a poco voy siguiendo a Carlos. El peor tramo fueron los dos kilómetros desde el siguiente desvío hasta Pallide, ya que casi todo era cuesta arriba. Repito, ya marchaba por inercia más que por voluntad.
Cerca de un puente de esta carretera vimos como un zorro se metía hacia la espesura. De nuevo, entes de llegar al pueblo, se echó a nevar. En la ladera por encima del pueblo distinguimos a Luis y a Guiomar por la ropa.
Por fin, y tras una hora de camino, llegamos a Pallide. Cerca del bar estaban José y Roberto con su coche. De Luis y de Guiomar no sabían nada ya que se habían separado poco antes de llegar. Yo tenía la ropa para cambiarme en el de Luis, por lo que decidí acercarme hasta donde habíamos dejado los coches para ver si habían llegado e indicarles donde estaba el resto. Pues bien, tras subir por la calle, nevando, con el considerable esfuerzo en mi estado, y llegar al coche, me encuentro con que no han llegado aún. Después de unos cinco minutos llega Luis corriendo y me dice que estaban ya dentro del bar esperando. Ya con su coche bajamos los dos y sin retrasos cojo la ropa de repuesto para cambiarme y quitarme la ropa húmeda en los servicios del bar. Por suerte esta vez no me han calado las botas, a las que había impregnado bien de grasa, y llevo los pies secos y calientes.
En aquel bar tomamos un refrigerio antes de emprender el regreso. José Antonio propone visitar unos horreos en Boñar o cerca, pero por mi parte prefiero llegar cuanto antes a casa. En el coche de Luis y con Guiomar hago el viaje de regreso. Pasadas las seis y media entramos en León y en Guzmán nos dejó Luis. Allí nos encontramos con Carlos y José Antonio que sí habían parado a ver los horreos. Cerca tenía aparcada la furgoneta en la que volvía a casa.
Y de esta forma termino la travesía de este domingo. Por mi parte hubiese sido mejor no ir, ya que lo pasé bastante regular. Desde luego, si hubiera sido una ascensión no habría salido de casa, pero bueno, lo importante es contarlo y aprender de estas experiencias.













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