domingo, 31 de agosto de 2003

PEÑA TEN 31-08-03

 


1ª ASCENSIÓN A “PEÑA TEN”.

31-08-03            (Domingo)

Justo el último día del mes agosto hemos realizado esta ascensión con un clima casi casi invernal. Ya con malas previsiones, aunque no tanto, decidimos salir para alcanzar la cumbre de Peña Ten, ubicada en las cercanías de La Uña, en la montaña de Riaño. En la misma participamos 8 personas: Antonio, José Antonio, Álvaro, José F., José, Eva, Fernando y yo.
Poco después de las 8:00 horas me recogieron a mí en el desvío de la carretera de Zamora hacia Armunia. Por la ronda sur llegamos a la de Madrid y por ella circulamos hasta Puente Villarente donde giramos con dirección a Boñar. Habían decidido ir por aquí en vez de por Riaño, y de esa forma bordeamos el pantano del Porma y ya en Lugueros cogimos la carretera hacia el puerto de Las Señales y Tarna desde donde retrocedimos unos kilómetros hasta llegar a La Uña. Minutos más tarde aparecía el otro coche que había salido de León por la carretera del portillín de Villaobispo.
En un pequeño bar típico de pueblo estuvimos tomando un café y charlando un rato con el lugareño que lo regentaba. Tras ello cogimos los coches y nos acercamos hasta el comienzo de la ruta, a aproximadamente medio kilómetro más arriba del pueblo. Allí comienza el valle de Valdosín por el que baja el río del mismo nombre. Por un camino entramos unos metros y aparcamos los coches a su orilla. Las nieblas cubrían todas las cimas y no tenía mucho ánimo en abrir. Aún así nos preparamos y sobre las 10:35 horas comenzamos la ruta por aquel mismo camino que traíamos.
El agua comenzó a escaparse levemente, lo que contribuyó aún más a empeorar el panorama. En los prados había algunas vacas que pacían la hierba asombrosamente verde para la época en la que estábamos. Al lado derecho dejamos la Peña del Castiello por cuya base pasa el camino que llevábamos.
Tras dejar atrás esta cumbre de escasos 1500 metros, el valle se abrió un poco más y loa arroyos se unían al principal desde varias vaguadas colindantes. Entre la niebla distinguimos algunas cumbres y comenzamos a dudar de la situación de Peña Ten. A pesar del mapa, y como suele suceder con la niebla, es complicado orientarse cuando no ves una amplia panorámica de las cimas cercanas. Por suerte encontramos a un pastor con su rebaño y nos indicó entonces la situación del pico e incluso su ruta de ascenso. Abandonamos entonces la dirección que llevábamos por el valle y giramos a la derecha siguiendo una vaguada por la que bajaba el arroyo Castellana. Esta era una de las rutas alternativas del mapa, aunque la que íbamos a seguir en principio continuaba más hacia el norte hasta una collada, el puerto de Ventaniella, al que ya desistimos de alcanzar.
Por lo alto de una loma caminamos unos metros antes de tener que descender hacia el arroyo para pasar a su margen derecha donde caía la falda del pico. Por la misma vimos subir un venado o algo similar. A partir de allí comenzamos a remontar más bruscamente unos metros hasta alcanzar la parte baja de unas rocas que bordeamos antes de meternos de lleno en la vaguada que nos había indicado el pastor. La pendiente aquí sí que era pronunciada de verdad. Además, y para colmo, era ladera de hierba en vez de roca, lo que cansa aún más en las ascensiones.
A la par que ascendíamos, la niebla se cerraba en torno a nosotros. El desnivel a superar desde abajo era de cerca de 1000 metros, por lo que ya suponíamos que nos quedaba una larga subida. Un poco desperdigados fuimos ganando altura a ratos con la esperanza de que abriese el día. Las paradas eran abundantes debido, como he dicho, al fuerte desnivel que presentaba la vertiente norte de la peña.
Mientras que José F., Eva, Antonio y yo quedábamos rezagados, el resto ya se perdía por delante entre la bruma cerrada. Después de un buen rato subiendo, llegamos a un tramo que se podía andar por la roca. En ella me metí seguido por los otros tres. A pesar de ir más cómodo, ya comenzaban a flaquear las fuerzas. Entre eso, y que no se veía “un carajo”, íbamos un tanto desanimados.
No tardamos en volver a dejar la roca y meternos de nuevo en la ladera de hierba. Por ella nos fuimos desviando hacia la izquierda hasta que alcanzamos lo que podríamos llamar el cresteo, a pesar como digo de la escasa piedra que había. Por debajo del mismo se sitúa la collada El Cardal, por la que teníamos que haber pasado si hubiésemos seguido la ruta prevista. Con el chubasquero encima seguimos ganado altura sin ver mas allá de unos cuantos metros. El viento soplaba de forma exagerada y el día, de no ser por que la temperatura no era muy baja, tenía un aspecto totalmente invernal. De esa forma, ya bastante arriba, se suavizó la pendiente, lo que suele ser al contrario. Aquí nos reunimos todos de nuevo y nos cruzamos con tres compañeros del club de Sahagún que nos indicaron lo que restaba hasta la cumbre. Desde allí, unos 15 minutos aproximadamente.
Con el ánimo algo más alto emprendimos de nuevo la marcha por la cresta rocosa. A mí me habían comenzado a doler las piernas en la parte del muslo y ya me costaba dar algunos pasos hacia arriba. Me ha sucedido en pocas ocasiones, pero es tan molesto que casi te hace desistir de continuar.
Tras cuatro horas de ascensión alcanzamos por fin la cumbre de Peña Ten, con una altitud de 2144 metros. La pena general era no poder disfrutar para nada del paisaje que desde la misma tenía que admirarse. La niebla impedía ver cualquier rastro del mismo. En la cumbre había un buzón y el punto geodésico. Aunque ahora no llovía, no estaba para detenerse mucho tiempo allí. A pesar de ello yo no quería bajar de nuevo con la comida, así que nos acomodamos unos minutos para la misma. ¡Cómo me supo la empanada de atún que llevaba!
Una media hora después y tras dejar nuestra tarjeta y sacar unas fotos, emprendimos el descenso. Cresteando de nuevo llegamos a lo más empinado. Para colmo ahora se abrieron unos claros que no tardaron en volver a disiparse. Echando la vista hacia la parte contraria de la subida, vimos que se podía atajar un poco si seguíamos otra vaguada en la que se distinguía un pedrero. Optamos entonces por aquella elección y nos dividimos a la hora de bajar el primer tramo. Antonio y yo lo hicimos por una parte y el resto, salvo José Antonio, por otra vaguada más adelante. El primer tramo era muy empinado, por lo que bajando y húmedo no era nada fácil. Con cuidado lo pasamos dejando a nuestra izquierda un gran paredón del pico. Así alcanzamos el pedrero por el que también hubo que bajar con precaución ya que las piedras eran grandes y de afilados cortes.
Así nos unimos todos excepto José Antonio. Nosotros pensábamos que iba con ellos y ellos que venía con nosotros. Lo más probable, como así fue, es que hubiese seguido por la parte contraria, la misma por la que habíamos subido. Algo más abajo le vimos ya por delante de nosotros. En la ladera encontramos una sima de varios metros de profundidad, lo que deducimos por el ruido que hacían las piedras que tiramos.
Por aquella vaguada fuimos descendiendo otro arroyo que bajaba de una hondonada contigua. Cerca de él nos juntamos todos de nuevo para ladear una loma hasta llegar a un pequeño collado. En este tramo pasamos unos metros por entre arbustos bajos hasta salir casi en dicha collada. Aquí se originó una pequeña polémica. Algunos habían seguido un camino y habían vuelto diciendo que nos separaba mucho del pueblo y que incluso podíamos llegar a Polvoredo. Creían que
era mejor bordear la peña que teníamos delante e ir a salir al valle por el que habíamos subido. Por mi parte, y estudiando el mapa, estaba casi convencido 100 por 100 de que dicho camino nos llevaba directamente a La Uña, aunque luego hubiese que recorrer ese medio kilómetro hasta los coches. Al final, y pudiéndome equivocar, optaron por seguir mi intuición.
Nos metimos entonces por dicho camino entre arboleda dejando a nuestra derecha la Peña del Castiello, que no se veía, y el Rebollar. Según mi parecer, íbamos a unirnos al valle del río Carcedo que bajaba directamente a La Uña. El valle era bonito de veras ya que la niebla quedaba por encima de nosotros. Por la parte derecha del valle vimos un camino que subía hasta la collada situada tras la peña que teníamos al lado del paso en el que nosotros habíamos estado. Más abajo entramos en dicha pista y pasamos al lado de unos corrales a medio construir. El valle se ensanchaba al llegar a la confluencia con el que bajaba por la izquierda desde el puerto de la Fonfría, otra de las alternativas para subir a la Peña Ten.
Cercana al camino había una fuente donde algunos pararon a beber agua. Poco a poco fuimos girando hacia la derecha con dirección a la carretera. No tardamos en divisar las casas del pueblo y tengo que reconocer que me alivió un poco a pesar de la certeza que tenía. Destacaba de él la torre de la iglesia en medio del pueblo.
José Antonio optó por desviarse un poco y bordeó una loma para dirigirse más directamente a por el coche. El resto continuamos por el mismo camino y así entramos en La Uña poco antes de las 18:30 horas. Mientras esperábamos a que trajesen los coches comenzó a pintear suavemente. Tras cambiarnos la ropa húmeda y calzado emprendimos el regreso, esta vez por Riaño. La niebla seguía amarrada a las cumbres como el resto del día.
Camino de Riaño rodeamos el pantano que nos acompañó algunos kilómetros más hasta la presa. A pesar de lo avanzado de la época, no se encuentra tan bajo como cabía esperar. Ya en Las Salas decidimos parar a tomar un refrigerio y aprovechamos para hacer las cuentas, como es habitual. Sin más quehaceres reanudamos la marcha hasta llegar al desvío de Sabero hacia el cual nos dirigimos. Por dicha carretera salimos a la de Boñar y en barrio de Nuestra Señora volvimos a variar la ruta para volver por Santovenia del Monte a Villaobispo. Poco trecho nos quedaba ya hasta Armunia donde me dejaron sobre las 20:30 horas.
Con la satisfacción de haber coronado otra cima, pero con la pena de no haber podido disfrutar de la vista, que al fin y al cabo es el principal aliciente de las ascensiones, finalizamos esta nueva travesía por otra bella zona de nuestra montaña leonesa.




















lunes, 11 de agosto de 2003

NOCTURNA "ARROYO DEL CABRITO" 09/10-08-03

 


VII TRAVESÍA NOCTURNA.

2ª TRAVESÍA “ARROYO DEL CABRITO”.

09/10-08-03

Unas salidas ya con tradición en nuestro club son las marchas nocturnas en época estival. En esta ocasión se programó la travesía por el bonito valle del arroyo del Cabrito, en las cercanías de Molinaferrera. En la misma participamos 6 personas: Toño, Carlos Gil, Antonio, Sergio, Elena y yo. Tanto el transcurso como su resultado fueron totalmente satisfactorios y de ellos doy cuenta en el relato siguiente:

SÁBADO 9
Como yo trabajé ese día por la tarde, tuve que retrasar la partida hasta que salí ya bastante anochecido. Eran las 22:30 horas cuando pasé a recoger a Antonio y emprendimos el viaje hacia Molinaferrera. Tras llenar el depósito de combustible salimos por la nacional hasta llegar a Astorga. Aquí tuvimos un pequeño despiste al coger la carretera, pero enseguida rectificamos y nos dirigimos hacia Castrillo de los Polvazares. Sin entrar en éste continuamos hacia Santa Colomba de Somoza, Lucillo y por fin llegamos a Molinaferrera sobre las doce. En éste estaban ya los otros cuatro compañeros que terminaban de cenar. En el pueblo había mucho ambiente y en un bar estuvimos tomando unas consumiciones.

DOMINGO 10
Tranquilamente nos dirigimos con los coches hacia la entrada del pueblo donde hay una iglesia de cuyo lado parte una pista que entra en el valle. Carlos era el que se acordaba de ello ya que a mí no me sonaba para nada. Circulando por dicha pista recibí la llamada de Jorge, otro compañero del club que no pudo ir y que quería saber por donde andábamos.
Tras varios metros por el camino aquel llegamos a una cancilla que tuvimos que abrir para atravesar un puente sobre el arroyo y continuar ascendiendo más bruscamente por la margen izquierda del mismo. Unos tres kilómetros circulamos por ese camino lleno de polvo que se levantaba a nuestro paso hasta llegar a unas cuadras donde empeoraba el firme. A su lado aparcamos los tres coches y nos preparamos para comenzar la ruta a la luz de una luna casi llena.
A la 1:00 hora, con las linternas en mano, o frontal en cabeza, nos pusimos en marcha. Al lado de la cuadra había un par de mastines cerca de los cuales pasamos. Aunque la luna nos quedaba muy a la izquierda y casi detrás de las lomas, se dejaba sentir su iluminación en el valle. Antonio iba con marcha y se adelantaba a todos. El problema es que íbamos pendientes de que no nos intentase dar algún susto, lo que no dejó de hacer. En el camino había trozos con agua y barro que sorteamos sin dificultad.
Nuestra intención era llagar a la zona de cabañas donde lo hicimos la vez anterior y acampar allí. Por ello llevábamos tres tiendas, Carlos una individual, Sergio y Elena otra y el resto la tercera que nos alternábamos para pujar. Por otra parte, habíamos decidido subir solo el desayuno y bajar a comer a mediodía.
No tardamos en llegar a la altura de la central hidroeléctrica situada por debajo del camino y cerca del río. Por la izquierda bajaban dos enormes tuberías por las que cae el agua de las laderas superiores. La pendiente era suave y la marcha se hacía cómoda. Además teníamos una temperatura ideal; incluso sudábamos por el ritmo que llevábamos, que no era lo que se dice lento.
Como digo, Antonio nos precedía, pero en un momento determinado se quedó detrás sin que nos diésemos cuenta. Yo me había quedado el último del resto y al mirar para detrás y verle me sorprendí. Si llega a hablar o tocarme sin darme cuenta hubiese votado del susto. Lo cierto es que, aunque sin lógica, en las marchas de este tipo da no sé qué quedarse el último y echar la vista hacia la oscuridad de atrás.
Al lado del camino vimos una especie de estanque donde se recogen las aguas que bajan por una vaguada y que sirve para detener el arrastre de piedras y tierra ladera abajo. Un filtro detiene todo ello antes de soltar el agua por una tubería bajo el camino hacia la parte contraria.
Charlando y demás llegamos al cruce de un arroyo que la vez anterior nos puso en apuros al traer bastante caudal y cruzar la pista por el medio. Esta vez no hubo tal problema y tras atravesarlo y recorrer unos metros más llegamos al final de la pista. Por un puente de madera pasamos el arroyo del Cabrito a la margen derecha continuando ahora por una senda entre vegetación baja y arboleda. La misma se encuentra bien marcada y no ofrecía duda alguna. Había tramos donde transcurría por roca y pegado a paredes de lo mismo. Hacía el río también teníamos trechos con fuertes desplomes. Aprovechando un recoveco de las rocas, Carlos intentó darnos un susto, pero el blanco de la camiseta le delató. También Toño “estaba en el ajo”.
Más adelante salimos a unos prados donde podían estar las cabañas. Con las linternas alumbramos los alrededores sin ver nada parecido. Los atravesamos y ladeamos otros pequeños cerros antes de entrar en una vega. Tampoco aquí se encontraba lo que buscábamos. En realidad no nos importaba mucho dar con ellas, pero sabíamos que había sitio para colocar bien las tiendas.
Cuanto más avanzábamos, más nos convencíamos Carlos y yo de que nos las habíamos pasado ya. Aún así decidimos continuar un trecho más adelante e ir buscando un lugar para acomodarnos. No nos fue fácil. A pesar de haber mucho espacio verde, las irregularidades del terreno no lo hacían apropiado. Eran las tres de la madrugada y decidimos comenzar a regresar con los cinco sentidos puestos en la búsqueda. Varios sitios encontramos con el mismo problema, parecían prados lisos y luego estaban ondulados del todo. También los numerosos excrementos de ganado los hacían inadecuados.
Tras retroceder unos 500 ó 700 metros dimos por fin con un pequeño espacio donde podían entrar las tiendas. Tan reducido era que no pudimos izar el avance de la nuestra al estar la de Carlos delante. Ya montadas se fueron metiendo en ellas. Yo, por no variar, no pude por menos de dar un poco la murga. El “viento” hacía mover las tiendas bruscamente a esas horas tan intempestivas.
Sobre las cuatro y cuarto nos metimos todos en las tiendas e intentamos dormir. Mi problema, como siempre, la almohada. Si no acomodo bien la cabeza no hay manera de dormir a gusto. Varias veces me desperté durante el resto de la noche.
Cuanto más avanzábamos, más nos convencíamos Carlos y yo de que nos las habíamos pasado ya. Aún así decidimos continuar un trecho más adelante e ir buscando un lugar para acomodarnos. No nos fue fácil. A pesar de haber mucho espacio verde, las irregularidades del terreno no lo hacían apropiado. Eran las tres de la madrugada y decidimos comenzar a regresar con los cinco sentidos puestos en la búsqueda. Varios sitios encontramos con el mismo problema, parecían prados lisos y luego estaban ondulados del todo. También los numerosos excrementos de ganado los hacían inadecuados.
Tras retroceder unos 500 ó 700 metros dimos por fin con un pequeño espacio donde podían entrar las tiendas. Tan reducido era que no pudimos izar el avance de la nuestra al estar la de Carlos delante. Ya montadas se fueron metiendo en ellas. Yo, por no variar, no pude por menos de dar un poco la murga. El “viento” hacía mover las tiendas bruscamente a esas horas tan intempestivas.
Sobre las cuatro y cuarto nos metimos todos en las tiendas e intentamos dormir. Mi problema, como siempre, la almohada. Si no acomodo bien la cabeza no hay manera de dormir a gusto. Varias veces me desperté durante el resto de la noche.
Nos levantamos y fuimos recogiendo las tiendas y desayunamos. Ya en marcha comenzaba a calentar el sol y disfrutábamos del valle con la luz diurna. Siguiendo el sendero cercano al arroyo fuimos avanzando hasta meternos entre un bosque en el medio del cual, y como anécdota lo cuento, encontré una moneda de veinte duros. Igualmente vimos las casetas que no habíamos encontrado por la noche al quedarnos ocultas desde el sendero tras unos matorrales.
Aprovechando el calor que hacía, nos metimos varios en el agua a refrescarnos. Estuvimos un rato allí antes de continuar caminando y alcanzar el puente de madera por el que pasamos a la margen contraria del cauce. Sin novedades descendimos poco a poco hasta llegar a la altura de las tuberías de la central. Unos metros más adelante llegamos al lugar donde teníamos los coches. Era la una aproximadamente.
Con ellos bajamos hasta Molinaferrera pero no entramos en él. Optamos por continuar por la carretera y así llegamos a Santa Colomba de Somoza. En este paramos a tomar un vaso y casualmente nos encontramos allí con un vecino y amigo nuestro.
Tras unos minutos emprendimos de nuevo el viaje buscando un lugar apropiado para comer. A ambos lados de la carretera se veía una gran superficie abrasada por el fuego. Sin detenernos llegamos a Astorga para proseguir por la nacional hacia León. Al llegar a la altura de Hospital de Orbigo decidimos desviarnos y entramos hacia el merendero cercano al río. Aquí nos acomodamos y comimos tranquilamente mientras por el oeste aparecían negros nubarrones. En un bar cercano tomamos el café y sin más, a media tarde, retomamos el regreso para llegar a León poco después.
Y así dimos por finalizada esta grata experiencia anual en la que salimos un poco de lo común practicando, eso sí, lo nuestro, el montañismo.