lunes, 16 de abril de 2012

BOSQUE DE PARDOMINO Y SANTA COLOMBA DE CURUEÑO - 15-04-12

RUTAS “BOSQUE DE PARDOMINO” Y “SANTA COLOMBA DE CURUEÑO – ERMITA DE SANTA ANA – CASTILLO DE SAN SALVADOR”.

15-04-12               (Domingo)

Una de cal y otra de arena. Eso es lo que nos está pasando este año con las rutas programadas. En plena primavera hemos sufrido de nuevo los rigores de un invierno tardío que nos descoloca los planes previstos para cada actividad. La nieve, que apenas ha caído en cotas altas durante los meses pasados, llega ahora a las puertas de la misma ciudad de León. Eso es lo que nos ha sucedido este domingo en mitad del mes de abril. Con todo ello, y a pesar de la total improvisación, no resultó mal del todo éste, con sus más y sus menos, como luego apuntaré.
La ruta programada para hoy era la ascensión a los picos Huevo y Faro, en Vegarada. Ya desde el día antes comprobamos que era prácticamente imposible acceder a la parte alta del puerto por la nieve acumulada y la borrasca que teníamos encima. Aún así nos reunimos en Guzmán los 9 participantes: Miguel A., José A., Álvaro, Marcial, Piedad, Nati, Antonio, Tiquio y yo dónde de decidimos encaminarnos hacia dicho puerto pero ya con alternativas en mente.
Salimos de León a las 8:00 horas en los coches de Tiquio y José A. por la carretera del Torío, viendo caer los primeros copos en Villaquilambre. El cielo cubierto dejaba ver tan solo algunos pequeños claros que desparecían cuanto más al Norte se miraba. Los prados ya estaban blancos antes de llegar a Robles de la Valcueva, aunque la carretera se mantenía bastante limpia. Las cimas estaban ocultas tras el velo de niebla y nieve. Así llegamos a La Vecilla dónde paramos a deliberar un momento decidiendo seguir con dirección a Boñar en el que paramos minutos más tarde a tomar un café. Allí comentamos varias posibilidades entre las que estaban, una ruta por la zona de Orones, o la de los cuatro pueblos de Reyero e incluso el bosque de Pardomino. Proseguimos el viaje hacia la primera opción mientras parecía que se abrían más claros en el cielo. Llegamos así al desvío de Orones donde encontramos la carretera de acceso totalmente cubierta por la nieve. Eran las 9:50 horas.
En una parada del coche de línea aparcamos los coches y nos preparábamos para hacer una ruta por el valle y colladas de Orones cuando de pronto volvió a cerrarse y a nevar copiosamente cubriendo en pocos minutos el asfalto. Visto lo visto, optamos por meternos de nuevo a los coches y tirar hacia abajo y hacer la del bosque de Pardomino, que muchos no sabíamos que era reserva protegida, adelanto. Bordeando el pantano del Porma nos tuvimos que detener para echar una mano a un joven al que se le había ido el coche hacia la cuneta y estaba intentando sacarlo. Entre todos, empujando un poco, salió sin problema. Unos metros después nos cruzamos con la máquina quitanieves que subía hacía Valdelugueros.
Llegamos así a las inmediaciones de la caseta de la presa dónde aparcamos, aunque tuvimos que moverlos luego unos metros más adelante a un apartadero ya que allí no se podían dejar. A las 10:40 horas, mochilas al hombro, emprendíamos la marcha por la carretera que habíamos llegado hacia la entrada del bosque de Pardomino. Seguía nevando y así entramos en el camino del bosque cubierto por una buena capa blanca. Podría escribir muchas líneas describiendo lo bello que estaba el paisaje nevado con tramos que parecían túneles sobre nosotros, pero me quedaría corto. La arboleda y arbustos que nos rodeaban se combaban bajo el peso de la nieve que tenían. A algunos nos recordó el paisaje visto en Cantabria cuando nos levantamos el tercer día en Pejanda.
Tras un tramo recorrido llegamos a un merendero con una fuente, una barbacoa y varios bancos. Tras las sebes de los prados vimos algunas vacas. Fue poco más adelante cuando vimos aparecer por detrás un todoterreno que paró al llegar a nuestra altura. Era el guarda de la reserva que nos preguntó y nos informó de la prohibición de acceder al bosque sin autorización. El grupo ya se había dividido y no teníamos cobertura para avisar a los que iban por delante. Nos dejó detrás y seguimos avanzando hasta llegar poco después a una barrera que prohibía el paso y dónde había dejado él el vehículo. No tardamos en encontrarlo con otros compañeros hablando, aunque faltaban más. Pues bien, aquí fue dónde comencé a mosquearme por lo de siempre y con el de siempre. Por delante se habían escapado José Antonio con Piedad y Miguel Ángel sin esperar por nadie. Cómo es posible que en el tramo que habíamos recorrido, algo más de un kilómetro, nos sacasen el doble. Eso no es ir a caminar, eso es ir a hacer maratones, y lo he dicho mil veces. Me costó una buena carrera cuesta arriba para alcanzarles, porque además es qué si no, no les vemos hasta la vuelta.
Total que nos dimos la vuelta, y disfrutando del bello entorno, a pesar del momento, salimos a la carretera. Ah¡ tuvimos que echar a las vacas hacia atrás ya que nos seguían hacia ésta. Ya el guarda nos había dicho que no dejásemos las cancillas abiertas, aunque por lo visto ya estaban así cuando pasaron los primeros.
De nuevo reunidos donde los coches, a las 12:15 horas, volvimos a dilucidar qué hacer. Hubo discrepancias y algo de mosqueo por parte de alguno, pero al final se decidió por mayoría bajar hacia La Vecilla y llegarnos a Gallegos de Curueño para hacer una ruta por bosque hasta una ermita en lo alto de un cerro. Al final no era en Gallegos, sino en Santa Colomba de Curueño dónde comenzaba la subida. Allí aparcamos los coches y de nuevo con algunos copos escapándose, emprendimos la marcha cuando eran las 13:00 horas.
En lo alto del cerro se podía ver la ermita de Santa Ana hacia el Este. Atravesamos un puente sobre el río Curueño en el que vimos algunos pescadores y llegamos a una bifurcación. Una joven en un coche nos indicó que la subida era el ramal derecho y poco después, en otro desvío, había un indicador a la misma con referencia a su antigüedad, datándola del siglo XVI.
No metimos entonces entre un bosque de encina siguiendo un ancho camino que daba algunos giros y con fuerte repecho en su comienzo; también hubo quien atajo por el bosque. Poco a poco íbamos viendo más amplio el valle sobre el que se abrían algunos claros. En media hora llegamos a la ermita emplazada en una pequeña explanada del monte.
La misma era de piedra y cubierta de tejas. Tenía una espiga con una campana y una cruz en su parte alta y dos penachos blancos a los lados. A ambos lados de la puerta se abrían sendos ventanucos. En la campa, a unos metros del edificio, había un belén con numerosas figuras en un círculo de piedras y cubierto por musgo. Aprovechando la tregua que nos daba el día nos acomodamos a comer allí mismo, con el pueblo a la vista y parte del valle.
Unos 45 minutos más tarde nos pusimos de nuevo en marcha, esta vez en plan exploradores. El camino terminaba allí, pero nos metimos bosque arriba aprovechando que no estaba muy tupido. Además se entreveía un pequeño sendero apenas perceptible. En pocos minutos llegamos a los restos del castillo de San Salvador, del siglo X, del que quedan algunos trazos de muros y poco más. Sí es evidente la ubicación del foso y el recinto que ocupaba. Era curioso ver un árbol a caballo en uno de los muros en cuyo doble tronco están incrustados numerosos cantos. En él podía verse también algún vestigio del fuego. Lo cierto es que era un tanto fascinante estar en dicho lugar histórico.
Atravesamos de nuevo lo que era el antiguo foso para seguir subiendo por el bosque en medio de una loma que caía hacia dos vaguadas. Cada vez iba escaseando más la arboleda y su lugar era ocupado por altas escobas que dificultaban el avance. Ahora se encontraban totalmente cargadas de flores moradas que formaban un tupido manto casi a nuestra altura. Yo me quedé rezagado cambiando la cámara al terminárseme la batería de la pequeña. Ésta es la que uso con mal tiempo y tuve que sacar la “buena”. En el cielo se seguían alternando claros y nubes que dejaban escapar chispas de agua-nieve de vez en cuando.
Así, peleando con la maleza, salí a una ancha pista en la que ya estaban los compañeros. La misma transcurre por la loma que divide los valles del Curueño y el Porma por cuya vertiente vimos un gran pinar. Por ella caminamos dirección Norte describiendo algunos altibajos hasta llegar a un desvío en el que un ramal a la izquierda bajaba hacia el valle de Santa Colomba. Cambiamos también de dirección a Suroeste contemplando frente a nosotros la loma por la que habíamos subido y el cerro del castillo. También allí habían plantado pinares entre los que bajaba la pista dando alguna curva por la vaguada. En ellos vimos numerosas piñas.
Poco a poco fuimos perdiendo altura con el pueblo también a la vista hasta pasar bajo la ermita. En esa ladera podía verse un gran pedrero escarpado. Ya en la parte baja pasamos al lado de una finca en la que dos grandes perros nos ladraron al paso. Así llegamos al punto dónde nos habíamos desviado anteriormente hacia la ermita y por cuyo ramal venía Nati, que no había querido seguirnos desde la misma. Enseguida atravesamos el río Curueño llegando a los coches cuando eran las 15:50 horas.
Decidimos entonces entrar a tomar un refrigerio en el cercano bar-restaurante en el que estuvimos una media hora. Ahora se estaba bien al sol exterior y allí hicimos las cuentas de la salida antes de emprender el regreso a las 16:40 horas. Por la misma carretera nos dirigimos hacia Barrio de Nuestra Señora donde giramos por la de Santander hacia la capital. Sin novedades recorrimos estos kilómetros antes de llegar a León a las 17:20 horas. Pasamos por delante de San Marcos dónde vimos una concentración de SEAT 600 y sin más terminamos el viaje en Guzmán.
Queda así resumida esta atípica salida de montaña que al final no resultó tan perdida. Con la climatología que teníamos y las circunstancias añadidas, no podemos pedir más. Eso sí, otra ascensión pendiente que nos queda por detrás, y van 3 ó 4 este año.














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