lunes, 14 de julio de 2003

LAS BATUECAS (Salamanca) 12/13-07-03

 


1ª TRAVESÍA “VALLE DE LAS BATUECAS”. (Salamanca).

12/13-07-03

Siguiendo el programa para este mes, hemos realizado esta excursión por la bella zona salmantina de Las Batuecas. Esta salida fue propuesta por mí, y tras haberla estudiado, tenía ganas de hacerla al considerar, como luego resultó, que merecía la pena por su atractivo.
 De nuevo, como ya es habitual en esta época estival, la participación del grupo es mínima y en esta ocasión solo hemos ido cuatro socios, lo que no quitó para que resultase una experiencia inolvidable como a continuación relato. Dichos componentes éramos: Sonia, Jorge, José F. y yo.
 
SÁBADO 12
Sobre las 17:30 horas llegaron los otros tres participantes junto con la hermana de Jorge, que nos acompañaría hasta Zamora. En el coche de éste nos acomodamos los cinco y todo el equipo, que no era poco, y emprendimos el viaje de unos 300 kilómetros hasta el destino.
Por la carretera de Zamora avanzamos hasta llegar a Benavente donde entramos en la autovía durante un pequeño trecho. No tardamos en abandonarla y entramos de nuevo en la nacional hacia Zamora. El sol calentaba lo suyo y dentro del coche se notaba aún más.
Poco antes de las 18:00 horas llegamos a esta capital en la que entramos para dejar a la hermana de Jorge. De nuevo en marcha nos dirigimos hacia Salamanca, ciudad que bordeamos por la derecha para salir hacia Tamames. No tardando se encuentra Aldeatejada donde paramos a tomar un refresco en un bar y a estirar las piernas un poco. Continuamos sin más por dicha carretera hasta Vecinos donde cambiamos a otra con dirección a Tamames. Desde él pasamos a El Cabaco tras el cual nos fuimos acercando a la Sierra de Francia. No tardamos en divisar la cumbre de Peña Francia hacia la cual decidimos subir por una carretera que asciende pronunciadamente bordeando la ladera de la misma.
Poco después de las nueve llegamos a esta cumbre de 1710 metros en la cual se sitúa un complejo de varios edificios cuyo centro es el santuario de la Peña de Francia. En la explanada de la cima se enclavan también una hospedería, varias capillas y ermitas y un centro de emisión audiovisual.
Desde un mirador se pueden contemplar todos los valles circundantes y pueblos como La Alberca, centro turístico del lugar. Aquí había un guarda con el que estuvimos charlando y nos desilusionó un poco al decirnos que en esta época no caía nada de agua en la cascada del valle de Las Batuecas, donde iríamos al día siguiente para hacer la ruta.
Unos 40 minutos estuvimos allí arriba antes de emprender el descenso. A mitad de camino paramos para sacar una foto de la cumbre. Me mosqueó un poco sacarla ahora ya que no le daba el sol ya y a la subida tenía un colorido bonito. Algo más abajo volvimos a detenernos en una fuente a beber y llenar las cantimploras.
Camino de La Alberca paramos en un camping y preguntamos si tenían bungaloes, pero estaban todos ocupados. Más adelante entramos en otro, La Al-Bereka, y aquí si tenían, pero nos parecieron caros. Como llevábamos la tienda, y estaba el tiempo bueno, decidimos quedarnos. Eran ya las diez de la noche.
Montamos la tienda y nos acomodamos para cenar a su lado. Como a las 00:00 horas cierran la entrada para coches, no nos daba tiempo a acercarnos hasta el pueblo situado a unos cinco kilómetros. Entramos en el bar a tomar algo y yo llamé a casa. Juli me dijo que había algo de tormenta. En el bar vimos unos bonitos gatitos muy escurridizos.
Sobre las 00:30 horas nos fuimos metiendo en la tienda para dormir. Al acostarse Jorge notó un bulto debajo del suelo de la tienda. Resultó ser un clavo de sujeción de plástico que se habían dejado allí y que me costó sacar al estar muy clavado. Tuve que arrastrarme bajo la tienda con el cuello forzado y moverlo junto con Jorge para que saliese por fin. Así pudimos acomodarnos para dormir mientras fuera se saltaban las normas de silencio a la torera. Hasta bastante tarde oímos al personal de charla y ya casi de mañana un perro ladrando. A eso añado que yo no acomodaba por culpa de la almohada y el calor que hacía y tenemos la noche completa.
 
  DOMINGO 13
A las 8:00 horas tocó el reloj como habíamos acordado. Nos fimos aseando y desmontamos la tienda. Luego nos sentamos a desayunar tranquilamente y lo recogimos todo para emprender la marcha. Tras pagar la estancia del camping, salimos hacia La Alberca.
En éste paramos a llenar las cantimploras de agua en una fuente y continuamos el viaje hasta el alto de El Portillo desde el cual se desciende bruscamente hacia otro valle. La carretera serpentea abundantemente hasta llegar casi al fondo del mismo donde se encuentra el desvío hacia el monasterio de Las Batuecas situado al comienzo del valle del mismo nombre. Desde La Alberca hay unos 20 kilómetros hasta aquí. La carretera general entra en Cáceres pocos kilómetros después.
Cerca del monasterio aparcamos el coche teniendo en cuenta que le diese la sombra lo más posible. No se veía entonces a nadie por allí. Con las mochilas al hombro emprendimos la marcha a las diez de la mañana.
La ruta parte hacia la izquierda desde la misma puerta del monasterio, lugar aún habitado por la orden de los Benedictinos que no se puede visitar. Allí mismo encontramos un indicador hacia las primeras pinturas rupestres que se encuentran en el valle, las de “Cabras Pintas”. El sendero transcurre por la orilla del muro del convento con el río Batuecas del otro lado. Aquí haré un pequeño inciso sobre la ruta en sí y lo que en ella se puede ver.
El valle de Las Batuecas es un entorno protegido en el que se pueden contemplar bellos contrastes de roca, bosque y río. Al final del mismo se encuentra la bonita cascada conocida como El Chorro, que en épocas de lluvia cae con fuerza desde unos 10 metros y de la cual nos había comentado el guarda el día antes que estaba seca. A su vez, abundan en él numerosos restos de pinturas rupestres situadas en cavidades de dichas rocas y con accesos más o menos fáciles. Igualmente hay que saber que no todas las pinturas se distinguen fácilmente a simple vista y que incluso algunas están cerradas con verjas para evitar el deterioro de los que no tienen miramientos por las mismas. Nosotros íbamos con intención de ver todo lo que pudiéramos, pero sobre todo de disfrutar de bello rincón del que tan buenas referencias teníamos.       
A lo largo de este primer trecho junto al recinto pudimos contemplar, tanto dentro como fuera, hermosos ejemplares de cipreses de enorme altura. Iluminados por la luz matinal, estaban a punto para comenzar a disparar fotos y grabar con la videocámara que había llevado. No solo cipreses destacaban en el entorno, también se podían ver numerosos castaños, abedules y cuantiosos alcornoques a los que se les había quitado la corteza de la que sale el corcho.
Poco a poco fuimos ascendiendo siguiendo siempre el curso del río en el que pudimos ver cristalinas pozas de agua donde ya estábamos pensando en meternos a la vuelta. Por el camino había varias estacas con unas marcas verdes y blancas que indicaban la ruta correcta. Tras atravesar un pequeño arroyo que desembocaba en el principal, nos encontramos algo más arriba con una pequeña presa en el río cerca de la cual caían dos pequeñas pero bonitas cascadas. La vegetación abundante de esta parte baja del valle ayudaba a reducir el calor del ya espléndido sol que lucía. No tardando vimos el otro muro más exterior por el que salimos completamente del recinto eclesial.  
Continuábamos sendero arriba disfrutando del bello entorno cuando vimos una indicación que ponía “Carbonera Antigua” y unos escalones de troncos que subían unos metros. Por ellos llegamos al lugar donde vimos un horno de tierra en el que antiguamente se quemaba la madera para hacer el carbón vegetal. Era un cono cubierto de tierra con troncos debajo y dos aberturas, una para alimentarlo y otra de tiro. Supongo que lo tienen reconstruido, ya que las inclemencias del tiempo no permiten que se conserve largos periodos.
Retomamos el sendero de nuevo metiéndonos entre un bonito helechal tras el cual nos encontramos con un gran pedregal que caía por la ladera de nuestra derecha. Atravesamos dicho canchal  y poco después vimos otra indicación que señalaba un sendero que subía hacia “Cabras Pintas”, donde están las primeras pinturas rupestres. Decidimos no subir hasta estas y hacerlo a las siguientes, La Cueva del Cristo, desde donde se podía ver además, según el folleto, una amplia vista del valle. Siguiendo las indicaciones de dicho librillo, nos pusimos a localizar las rocas donde se situaba dicha cavidad. En el río vimos un bello rincón con enormes piedras lisas por las que se deslizaba el agua y allí paramos unos minutos. 
Retomando la marcha encontramos un indicador que ponía “Umbría de la Cueva del Cristo”, que no era lo mismo que “ La Cueva del Cristo”. A la primera era más difícil de llegar, según nos indicaba el folleto, mientras que a la primera se accedía tras ascender unos cuentos metros por un sendero bien marcado. En lo alto de unos peñascos vimos una cueva que supusimos se trataba de dicho lugar por las descripciones hechas. Tras atravesar el río nos encontramos con una bifurcación en el sendero tomando el de la derecha. Este comenzó a bordear el gran peñasco por la parte media y nos encontramos de pronto con que no tenía salida. Retrocedimos de nuevo y cogimos el otro viendo un pequeño hito de piedras que nos dio confianza.
Este sendero subía ladera arriba serpenteando, como ponía las hojas, y así fuimos ganando altura parando de vez en cuando a la sombra de los árboles. Yo me adelanté ya bastante arriba y me metí por el sendero que estaba ahora marcado por la misma roca. Así llegué a una especie de plataforma desde la cual había una amplia vista del valle viéndose incluso el muro del convento ya bastante atrás. De lo que no había ni rastro era de las pinturas. Hacia arriba se elevaba un enorme paredón liso por encima del cual me di cuenta que estaba la cavidad que habíamos visto desde abajo.
Retrocedí unos metros mientras el resto se había sentado ya algo por debajo sin intención de continuar. Ascendí entonces por la roca hasta pasar a la parte contraria, la norte, y vi que había que trepar unos metros. Me quité la mochila y dejé la videocámara y subí por las rocas un poco hasta que ya vi que no tenía salida alguna. Con las mismas descendí hasta donde estaba el resto con la desilusión de no haber encontrado el acceso al lugar.
Lo que realmente me da rabia, ya que no pasa solo en ese paraje si no en la inmensa mayoría, es que, tras señalarte la dirección de un determinado lugar, no te ponen ni una indicación más en todo el camino hacia ellos. Muestra de ello la tuvimos recientemente en la Cueva del Cobre, sin ir más lejos.
Ya todos junto emprendimos el descenso por el mismo lugar hasta alcanzar el cauce del río de nuevo. Eran las 12:05 horas y habíamos tardado algo más de una en subir y bajar.
Como vimos que se podía seguir por el mismo lecho del río, fuimos avanzando por éste saltando de piedra en piedra. En una rama de un arbusto vimos una bonita libélula azul que estuve grabando y fotografié. Algo más arriba encontramos algo no tan agradable. En medio del río había un jabalí muerto recientemente, ya que no estaba aún nada descompuesto.
Ya habíamos caminado un buen trecho y ellos iban perdiendo las ganas de llegar a la cascada. Yo les animaba ya que aún era pronto. De pronto vimos a un par de chicos en el sendero por encima del río. Venían de la dirección de la misma y les preguntamos que trecho quedaba. Nos indicaron que a una media hora siguiendo dicho sendero. Esto nos animó un poco y salimos del lecho hacia esta senda. Eran entonces las 12:50 horas.    
No tardando cruzamos el arroyo de La Palla y el sendero se empinó. Habíamos cambiado de dirección girando el valle hacia la izquierda. Subimos un buen trecho antes de comenzar a bajar suavemente hacia el río de nuevo. En la parte contraria de éste veíamos grandes moles de piedra conocidas como Las Torres. Así llegamos a la confluencia de otros dos valles, el de la derecha, por el que bajaba el río Batuecas, y el de la izquierda por el que había que continuar hacia el Chorro. Justo por encima de esta confluencia veíamos una excavación que supusimos podía tratarse de La Majada de Las Torres, otro lugar con pinturas.
Tras atravesar el Batuecas emprendimos otra fuerte ascensión hacia dicho lugar. El sendero serpenteante era de tierra muy resbaladiza y a mitad de trecho hicimos una parada. La vista sobre el valle era de nuevo espectacular al llegar a la parte alta. Yo me acerqué hasta el lugar donde habíamos visto aquella excavación encontrándome con una especie de muros medio derruidos sin rastro alguno de pinturas. Ya en casa, leyendo bien el folleto, he visto que están situadas en la parte contraria a la que nos encontrábamos.
Sobre las 13:35 horas retomamos el sendero y nos metimos en el valle de la izquierda a media ladera. En algunos tramos había una buena caída a plomo sobre el cauce. La subida era suave, pero el calor apretaba al ser menos abundante la vegetación. Íbamos ya algo desalentados porque seguíamos sin encontrar la dichosa cascada. Al fin Sonia y José se rindieron y optaron por abandonar. Según al mapa no tenía que quedar mucho trecho, por lo que yo seguía decidido a continuar.
Seguido por Jorge continué subiendo ya muy cansado hasta que por fin, unos quince minutos después de dejarles, encontramos el idílico lugar. Eran las 14:00 horas. En el mismo se cerraba el valle completamente por una pared de la que se desplomaba una catarata desde unos 10 metros con no mucha agua, pero formando un bello efecto de gotas. En su base pudimos ver también una poza de agua cristalina donde daban ganas de meterse. Jorge se quitó las botas y metió los pies en el agua. Nos arrimamos por la parte trasera del chorro y prácticamente nos mojamos enteros bajo el mismo.
Tras sacar unas fotos y grabar con la cámara, emprendimos el regreso unos 15 minutos después. El sol seguía calentando bien, pero ahora íbamos bajando. En otro cuarto de hora llegamos donde estaban José y Sonia, los cuales habían bajado hasta el río y se habían acomodado a la sombra de un árbol. Allí nos sentamos también nosotros y nos dispusimos a comer con los pies en la corriente. Allí mismo había una poza que intentamos ampliar taponando con piedras la salida del agua consiguiendo que subiese un poco el nivel. Una pareja pasó por allí hacia la cascada preguntándonos cuanto quedaba.
Sobre las 15:30 horas comenzamos a descender de vuelta. No tardando llegamos a la confluencia de los dos valles donde se acentuaba la pendiente. Yo me rezagué unos metros grabando y sacando fotos. Ya cerca del arroyo, y cuando iba grabando y a la vez caminando, resbalé en la tierra y por salvar la videocámara del golpe, me lo di yo bien fuerte en la rodilla y en el codo. El segundo no era mucho, pero la rodilla llevó la peor parte y no tardó en hincharse y dolerme, lo que me hizo cojear el resto del camino.
Tras atravesar el río Batuecas nos encaminamos hacia la segunda confluencia de valles. Algunos tramos que antes habíamos bajado, ahora había que subirles, lo que ya costaba un poco más. Así llegamos a esta siguiente unión donde cruzamos el arroyo de La Palla nuevamente. No tardando alcanzamos el lugar donde nos habíamos incorporado por la mañana al sendero desde el río. Esta vez no lo abandonamos y comenzamos a ganar altura suavemente por la mitad de la ladera dejando el río a nuestra derecha. De nuevo encontramos fuertes desniveles a plomo sobre éste con enormes paredes en la parte izquierda.
Para sorpresa nuestra, y sin esperarlo, nos encontramos de pronto delante de la cavidad de Zarzalón. Esta se encuentra justo a la misma altura que la Cueva del Cristo, situada en la parte contraria del cauce, y en ella pudimos ver, casi intuir, alguna pintura rupestre. Las mismas están protegidas, como ya comenté, por unas verjas de hierro, y de no ser por un pequeño croquis que hay, es imposible localizarlas. Unos metros más adelante se bifurca el sendero, cogiendo nosotros el que bajaba al río. Así llegamos a la senda por la que habíamos caminado por la mañana y vimos el cartel que indicaba la dirección de las pinturas. Hay que tener en cuenta para posteriores ocasiones desviarse allí para coger bien el sendero que llega a la cascada sin pérdida alguna.
Ya al lado del río fuimos avanzando pasando poco después por el pedrero y entre los helechos. En el río comenzamos a ver numeroso personal bañándose en las cristalinas aguas. Jorge iba comentando que si supieran que había un jabalí muerto en el medio del cauce más arriba, no estarían tan a la ligera en el agua. Lo bueno es que luego también él terminó por bañarse sin mayores preocupaciones.
Tranquilamente alcanzamos la muralla exterior del monasterio y pasamos por una entrada a la parte interior, entre los dos muros. Unos metros después llegamos a la pequeña presa del río donde decidimos parar a bañarnos. Eran entonces casi las cinco. Más personal se metía en el agua por encima de la misma, bajando nosotros a la parte inferior.
Yo pensaba que aún era pronto por el tema de la digestión, además el agua estaba bastante fría. Ellos no lo dudaron y se metieron sin pensárselo. Poco a poco me fui mojando hasta terminar por entrar del todo. Al igual que Jorge, me había quedado con las botas puestas para evitar las piedras del fondo. Donde caía la pequeña cascada de la presa había una poza de unos dos metros de fondo y unos cinco de diámetro. Pues bien, tanto me incitaron a que la pasase nadando, que me convencieron. Claro, las primeras brazadas bien, pero luego las botas me pesaban y no conseguía mantener los pies arriba, por lo que terminé por hundirme a poco de la orilla, donde además estaba Jorge, que en vez de ayudarme se reía el muy puñetero. Muy mal lo pasé, de verdad. Mientras José y Sonia, que lo estaba grabando, se tronchaban también de risa. Una media hora estuvimos allí antes de emprender la marcha del último tramo.
Enseguida nos pusimos a la orilla de la valla interior del monasterio siguiendo el sendero, que en este tramo estaba tapizado por enredadas raíces de los árboles adyacentes. De esa forma recorrimos el trecho final antes de terminar la marcha al lado del coche. Eran las 17:45 horas.  Sorpresa fue la nuestra al ver como no había un sitio libre donde aparcar más vehículos. Incluso estuvieron esperando a que marchásemos nosotros para aparcar. Numeroso personal merendaba en las praderas o se bañaba en el río.
Sin tardanza emprendimos el viaje subiendo el puerto hasta su máxima cota para luego bajar hacia La Alberca donde llegamos a las 18:20 horas. Aparcamos en las afueras, ya que muchas calles son peatonales y además había muchos visitantes por ellas. Este famoso pueblo está declarado Conjunto Histórico y por sus calles anduvimos un buen rato disfrutando de la bella y singular arquitectura de sus edificios. Destacaban en ellos las fachadas cruzadas con listones de madera y sus balconadas de idéntico material. En una tienda compré unas postales y en un supermercado unas manzanas Jorge y Sonia.
Poco más de media hora estuvimos por allí antes de emprender la vuelta a casa. Tanto desde el pueblo, como luego un buen trecho, tuvimos a la vista Peña Francia. Así pasamos por El Cabaco, Tamames y Vecinos, donde cambiamos de carretera para continuar hacia Salamanca en el que entramos a las 19:45 horas.
Tras atravesar éste, y en vez de salir hacia Zamora, habíamos decidido volver por Tordesillas y aprovechar las autovías hasta éste y luego hasta Benavente. Así lo hicimos avanzando a buena velocidad y sin novedades hasta llegar a la primera población. Sin entrar en ella cogimos otra autovía por la que continuamos igual de rápidos hacia Benavente. En el coche llevaba Jorge un CD de canciones infantiles de nuestra época. Sonia y yo le pedimos que lo pusiera, pero el muy........ no nos subía el volumen y apenas se escuchaban.
Ya en Benavente salimos de la vía rápida y entramos en la nacional. Tras entrar en nuestra provincia hicimos una parada para tomar algo y aprovechamos para arreglar cuentas del viaje. Desde allí mismo vimos una puesta de sol con éste de un bonito color rojizo.
Sin más dilaciones continuamos hacia León llegando a Armunia alrededor de las 22:30 horas. Aquí terminaba para mí este inolvidable fin de semana en el que conocimos otro bello entorno natural en el marco incomparable de la montaña.   















































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